LA CARTA
Alan García en movida política inesperada dirigió una carta
al presidente uruguayo Tabaré Vasquez, para solicitarle asilo diplomático hasta
que cese el clima de persecución política en el Perú. Acusó al presidente Martín Vizcarra y
a su primer ministro, César Villanueva, de "arrinconar" a los otros
poderes del Estado y buscar la destitución del fiscal
de la Nación, Pedro Chávarry, para "entregar
la institución a fiscales dóciles al gobierno". En esta línea argumentó la
inexistencia de "fiscales ni jueces naturales o imparciales".
"En mi país, la guerra por copar las
instituciones y la Fiscalía de la Nación ha creado un clima de indefensión
jurídica, donde ni la verdad ni la ausencia de pruebas valen ante el afán de
usar los procedimientos investigativos extremando abusivamente sus atribuciones".
Párrafo clave cuya argumentación se basa en los innegables
excesos orales de Martín Vizcarra y en los procedimientos del Ministerio
Público y del Poder Judicial que han hecho de la pena preventiva una acción generalizada
sin considerar su excepcionalidad consagrada por el Tribunal Constitucional. Y
la aplican incluso en casos en que no existe peligro de fuga ni de obstrucción
a la justicia.
García ha sabido aprovechar esta situación que ha presentado
como peligro de detención sin actuación de pruebas, solo con hipótesis. Pocos
dudan de que eso iba a suceder desde que de testigo pasó a ser imputado sin
mayor transición que una audiencia suspendida para ampliar las investigaciones debido
a una nueva prueba aportada por IDL Reporteros ese mismo día. La maniobra fue
considerada por muchos como una trampa inteligente del fiscal Domingo Pérez. Ya
lo tenían en territorio peruano y no lo dejarían salir. Y antes de que la orden
judicial de inamovilidad de García se concretara ya el gobierno de Vizcarra
había ordenado el cierre de fronteras en un exceso de prolijidad que usaría el
ex presidente para fundamentar su persecución.
García ha argumentado en todos los tonos su inocencia debido
a que en las declaraciones bajo juramento del mandamás Marcelo Odebrecht y en las
de sus altos funcionarios figura que “Jamás se habló con Alan Garcia de nada
ilícito” y nunca mencionaron montos, números de cuentas, lugares o
conversaciones. De ahí sus
argumentos para deslindar con los casos de los ex presidentes Toledo, Humala y
PPK todos vinculados a Odebrecht directamente. A sabiendas de que la
conferencia por la que pretenden perseguirlo, no fue contratada por la empresa
megacorruptora y se realizó en un momento en que nadie la censuraba como sucede
ahora.
Y ahora puede decir con más razones que desde que dejó la presidencia en el 2011 ha enfrentado múltiples
acusaciones, sin que se hallara evidencias y que solo buscaron la
"destrucción sistemática y periodística" de su imagen política. El
impedimento de salida del país por 18 meses, dictado por el Poder Judicial, le
cayó como anillo al dedo para probar el uso exagerado y político de los
procedimientos.
Alan García indicó que tras
el autogolpe de Fujimori, pidió asilo a Colombia pero que hoy la situación es
similar. A una trampa respondió con otra. Mientras contentaba preliminarmente a
sus detractores con sus frases de allanamiento a su permanencia en el país
estaba organizando una estrategia alternativa que ha puesto en jaque al
gobierno de Vizcarra.
La respuesta del gobierno de
Tabaré Vásquez está por verse pero las apuestas van por la aceptación. La carta
de AGP bien redactada y mejor estudiada deja sentados aspectos que cuestionan
la independencia de poderes en el Perú. Para abundar Vizcarra ha intervenido al
comunicarse con el presidente uruguayo. Y ahora que aceptó las reglas del juego
deberá otorgar el salvoconducto para que García Pérez abandone el país.
A la ausencia de pruebas se suma el criticado informe del Congreso del 9 de Noviembre de este año, elaborado por la Comisión multipartidaria Lava Jato, que precisa que “No existe ningún elemento, delación o prueba que vincule a Alan Garcia con los temas investigados”. Contundente para cualquier gobierno extranjero que no está inmerso en la indignación social generada por la impunidad de la corrupción.
Seguramente el gobierno uruguayo dará el asilo a AGP y ojalá se asimile la lección. No basta con el discurso ni con la proclama del equilibrio de poderes. Hay que entender que los partidos políticos no pueden ser tratados como organizaciones criminales. Que no se puede interferir con las instituciones autónomas y menos avasallarlas en busca de popularidad. Que no se puede jugar con la libertad de los imputados a quienes no se les ha probado su culpabilidad.
Sean
quienes sean, adversarios o aliados, las garantías de la justicia son para
todos y dan forma a la democracia y al Estado de Derecho. Nadie quiere la
impunidad de los corruptos pero hay que sentenciarlos debidamente en juicios.
Nada de azuzar a las multitudes, el circo romano es primitivo y debe quedar en
la historia. En una democracia madura que respeta la ley necesitamos trabajar
con razones y dejar de manipular emociones.