domingo, 2 de diciembre de 2012

CONTRA LA CORRUPCION



 
EL JUICIO DEL SIGLO EN BRASIL

La Corte Suprema de Brasil concluyó el llamado el Juicio del Siglo contra 25 dirigentes del Partido de los Trabajadores y ex funcionarios de Lula da Silva. Las sentencias sumadas llegan a 250 años y afectan personajes que van desde el ex presidente de la Cámara Baja hasta líderes del PT que han recibido sanciones  que suman 10 millones de dólares y penas de más de 40 años de cárcel. La más sonada la sentencia al ex jefe de Gabinete de Lula da Silva, José Dirceu, a diez años de cárcel. El PT niega los sobornos a diputados, pero la Corte estableció que dirigentes de cuatro partidos recibieron dinero por apoyar al Gobierno. Dilma Roussef, sucesora y amiga de Lula, lo ha superado en popularidad y aceptación electoral por su decisión y ninguna interferencia en la lucha contra la corrupción.

El modélico caso brasileño parece difícil de replicar en otros países de la región, incluido el Perú, desde que la corrupción está ligada al caudillismo, a jefes y cúpulas militares, empresariales, mediáticas, religiosas y políticas. Juega en contra el que no todos nos sentimos sujetos de derechos, obligados a actuar, exigir y cumplir la Ley. Actuamos con indiferencia o con temor ante el autoritarismo y ante quienes tienen al Estado como fuente de riqueza personal o de grupo, como botín.

Sabemos bien que quienes están en el poder tratarán de mantenerse o de volver. Sin renovación de dirigentes o líderes poco cambiará. La participación masiva e indignada es excepcional. Pocas epopeyas se han dado como la Marcha de los 4 Suyos, en cuya organización honrosamente participamos, en la que estuvieron unidos por una fuerte convicción sindicatos, empresarios, líderes sociales y políticos.

Corromper es dañar, alterar, echar a perder, viciar, pervertir, usar posición y poder para fines ilegítimos, inmorales, ilegales sin diferenciar lo público de lo privado. La corrupción invade el Estado y lo hace perverso, manejado por una clase política también perversa cuyo objetivo es llenarse los bolsillos y estafar a la sociedad. Se dice que los culpables somos todos por permitirlo. Si somos todos ninguno lo es. Así se favorece la indiferencia o la permisividad de una sociedad, ingenua o pasiva, condenada al mal manejo. Así la sociedad se victimiza y transfiere culpas sin enfrentar el problema. Nos refugiamos en la cómoda y calmada resignación.

Pero el Estado es un componente del sistema social y la sociedad debe darle forma y vida. El costo de la corrupción lo pagamos todos pero más las mayorías, los más pobres y olvidados porque no hay recursos para mejorar sus niveles de vida. Perniciosa y desintegradora la corrupción pone en peligro la seguridad y la salud de la nación.

La corrupción o el enriquecimiento ilícito tienen siempre detrás intereses políticos y económicos empeñados en destruir a los pocos elementos que no les son funcionales, negociables o que no “colaboran”. Si no te roban a ti mira para otro lado y deja robar ya que siempre sucede, la depredación del erario público y la impunidad es característica que no cambiará porque te conviertas en un heraldo aislado e ineficaz. Solo estarás en el punto de mira de una eventual vendetta o venganza política como vergonzosamente acaba de suceder con el congresista Javier Diez Canseco, honesto luchador desde siempre contra la corrupción.

Muchos funcionarios ejercen un cargo público y cuando lo dejan ya son millonarios. Los jóvenes lo ven normal porque el discurso  anticorrupción pocas veces se concreta. La denuncia de los corruptos es limitada porque el denunciante siempre sale mal, pierde el empleo y es perseguido por el corrupto que mantiene el poder. No hay protección para el denunciante ni eficiencia en los controles que son parte del problema. Lo sabemos y lo hemos vivido. El desafío sigue en la cancha del Presidente Humala que prometió que la honestidad haría la diferencia.

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