domingo, 9 de julio de 2017



KENYI NO ES KENYA


En Correo del 08 de julio del 2017

La posibilidad de liberar a Alberto Fujimori se ha convertido en una eventual cortina de humo, regresa cada cierto tiempo sin que argumentos nuevos, salvo el paso de los años, se hagan presentes. El ex dictador pronto cumplirá 80 y está en prisión hace diez por violación de derechos humanos y corrupción. Ahora el indulto tiene el simpático rostro de Kenyi su hijo menor, su abanderado, el que gana espacios políticos con hábiles jugadas que lo colocan incluso enfrentando a su hermana y buscando acercamientos, tendiendo puentes, con el debilitado gobierno de Pedro Pablo Kuczynski. Pero Kenyi no es Kenya.

PPK está haciendo del indulto una ficha comodín con el argumento de la unidad nacional y la necesidad de voltear la página. Pero cualquier decisión, a favor o en contra, podría generar una convulsión social y política de envergadura. El antifujimorismo existe y sus dimensiones han impedido la victoria electoral de la heredera mayor en dos oportunidades. Y al mismo PPK le ha permitido llegar al poder aunque por escaso margen.


Fujimori y PPK afirman su deseo de voltear la página pero no es tan simple hacerlo indulto mediante. Está en juego el estado de derecho que no puede ni debe ser manipulado. Olvidar y perdonar puede ser pero no si significan impunidad o arbitrariedad que haría más frágil al gobierno y lesionaría nuestras ya muy débiles instituciones. Ningún estadista canjearía la historia por la quincena para aplacar o arreglarse con el inmenso poder que los fujimoristas tienen hoy en el Congreso. Ni ley ni valores se negocian. Los años de encierro o la edad no son factores liberadores para un ex presidente debidamente sentenciado y condenado. Procedería el indulto humanitario si fuera el caso pero si no lo es otorgarlo como gracia divina convulsionaría al país de modo incontrolable. Y PPK lo sabe muy bien.


LOS JÓVENES 
Y LA POTTERPOLÍTICA


Político.pe el 07 de julio del 2017

A mis alumnos en el Día del Maestro, 6 de julio 2017

Pasaron dos décadas de la primera novela de Harry Potter que inició una saga que ha influido fuertemente en la generación que está entre los veinte y los treinta años. Lo ha señalado bien Ross Douthat en el New York Times, son los jóvenes formados con las aventuras del héroe que accede a la escuela de magia Hogwarts para participar en aventuras que contienen alegorías políticas y morales que aplican a nuestros tiempos y a nuestras realidades, que no son ajenos a la tendencia mundial, especialmente de Estados Unidos y Europa.

La Potter-política se sitúa en las antípodas de la que anima a los seguidores de Trump un político que se revela más malo que el innombrable Voldemort pues acumula maldades como la prohibición del ingreso a personas de ciertos países musulmanes al paraíso de los inmigrantes. La amiga de Harry Potter, la estudiosa y sabia Hermione Granger se ha convertido, con su identidad propia de Emma Watson, en una bella e icónica embajadora itinerante del feminismo contemporáneo.

No extraña a nadie que bajo esta influencia nuestros jóvenes dividan al mundo político de forma maniquea entre progresistas tolerantes y reaccionarios malvados. Y aplicada a nuestros políticos funcione la división entre fujimorismo y antifujimorismo teniendo como clave el rechazo a la dictadura de los noventa. Son jóvenes que no se dejan seducir por el buen humor o la simpatía de Kenyi Fujimori que está tratando de lavar la cara a su padre aunque nadie le ha preguntado todavía por su tío Vlady. Simplemente no creen en las buenas voluntades de los hijos del dictador y sí en que las divergencias son falsas y juegan en pared por los mismos intereses. Simplemente no les creen y adelantan sentencias radicales y condenatorias ya manifestadas cuando toman las calles.

Pero hay otra separación en el universo de Potter que se agrega a la de buenos y malos y es la que coloca por un lado a los magos que podrían ser los políticos y al resto de la sociedad que para los estudiantes de la mítica escuela de Hogwarts son los llamados muggles que ascienden a magos solo por méritos y cualidades.

Los jóvenes no admiten promociones por dinero o por corrupción, tienen su propia noción moderna de meritocracia que como a Potter puede permitirles ingresar al paraíso de la magia dejando atrás las filas de la gente común. Los muggles son gente no mágica, gente común que mira de lejos los lujos, negocios y comodidades que disfrutan los políticos.

Por eso no hay concesiones pero si muchas rigideces para juzgar las conductas inconvenientes, negativas, violadoras de los códigos con que deben funcionar quienes tienen el privilegio de vivir en el mundo mágico. La intolerancia deja poco o ningún espacio para los políticos aprovechadores sin llegar a la discriminación que funciona como una alegoría del racismo.

Para quienes tenemos el privilegio del trato cotidiano con los jóvenes las reglas del mundo de Harry Potter significan poca piedad y mucha exigencia a quienes dan su confianza. Según el universo creado por Rowling o naces con magia o accedes por un privilegio de sangre que debes honrar a riesgo de perder tu oportunidad.

La saga de Harry Potter, cautivadora de principio a fin, ha marcado valores colectivos que empiezan por la lealtad y la fidelidad que se expresa en sus lectores y viene de aquella que en ese universo concitan sus maestros adscritos a las buenas causas. Y en segundo lugar está la severa exigencia de excelencia que une a quienes frecuentan una escuela tan selectiva.

Con estos criterios puros y duros muy pocos políticos pasarían el examen. Y la política podría verse lejana y aislada sin posibilidades de que la brecha entre el tema social y político sea cerrada con la celeridad que necesita nuestro país agobiado por una crisis de confianza que podría llegar a ser de legitimidad.

Se ha dicho que estos jóvenes no han nacido ni crecido con los valores del civismo y la responsabilidad. No es verdad. Más allá de sus preferencias tecnológicas y de su rechazo a los políticos tradicionales forman una generación que asume sus derechos  y sus posibilidades y si hay un problema podría ser su intransigente exigencia de excelencia y corrección.