martes, 14 de febrero de 2017


LA MARCHA 

NO FUE UN CUENTO

En Correo el 11 02 17

Alejandro Toledo ha caído en el descrédito nacional e internacional y está a un paso de la cárcel. No por ello puede perderse y menos banalizarse la digna lucha, soCstenida y prolongada, que libramos muchos peruanos decentes contra la corrupción de la dupla Fujimori Montesinos y por la recuperación de la democracia. 

La situación jurídica de Toledo no se debe a ninguna venganza por haber liderado la Marcha de los Cuatro Suyos, fue una gran gesta nacional que no es ni será un cuento. Hablamos de la manifestación política no electoral más grande de la historia. La que congregó a miles de peruanos llegados de todos los rincones al Paseo de la República ese 27 de julio del 2000 para protestar contra Fujimori y su ilegítimo tercer mandato. Las calles de Lima se llenaron de todos los rostros, de todas las voces y de todas las banderas, cantando y agitando lemas con la demanda: "Democracia, ya!". 

Llegaron a pesar de todas las trabas y amenazas y de la feroz represión militar y policial. La Prefectura nos negó el permiso y la seguridad para impedir esa gran noche que vivimos como el clímax del trabajo de una larga década durante la cual Alejandro Toledo no estuvo presente. Se puso la vincha y la lideró porque era la única candidatura democrática que quedaba. Alberto Andrade y Lucho Castañeda habían quedado en el camino, destruidos por la insidia de Montesinos, la televisión comprada y los diarios chicha.

Que Alejandro Toledo haya preferido los millones de Odebrecht al liderazgo histórico que providencialmente cayó en sus manos no desmerece la honestidad, la dignidad y el sacrificio de quienes luchamos contra los atropellos políticos y legales de la dupla siniestra. Quienes apuestan por la desmemoria pueden alentar que hoy los fujimoristas se coloquen en balcón como oportunos moralizadores. No estamos en ese grupo.



EL MUNDO AL REVÉS
Publicado en Politico.pe el sábado 11 de febrero 2017

Érase una vez un príncipe pobre, una bruja hermosa y un pirata honrado. Así cantaba el gran Paco Ibáñez en los setenta. Todas esas cosas había una vez cuando yo vivía un mundo al revés. Aplicable al Perú donde hoy vemos a los fujimoristas predicando moral y anticorrupción y a Alejandro Toledo, que lideró la lucha contra la corrupción fujimontesinista, con orden de captura para ingresar a la cárcel en cuanto sea habido. Y leemos tuits de gente sospechosa, de santos y santones de todas las tiendas, incluida la izquierda, que con actitud farisea, gritan al ladrón cuando saben que tienen lo robado en el bolsillo.
Justicia divina dicen algunos pero lo que tenemos es vergüenza ajena e inmensa pena por la élite dirigente. Cuatro gobiernos seguidos, dos presidentes en cárcel, otros que podrían estar a la puerta, es el saldo de la última década del siglo pasado y tres lustros del presente siglo. Sin contar funcionarios medianos y menores que consideraban la coima como una forma aceptada de hacer negocios.
Aceptar o hacerse pagar sobornos es robar al país. Es traicionar al pueblo que confió en los gobernantes elegidos para personificar a la nación. El mayor orgullo posible es representar a gente sacrificada, trabajadora, imaginativa, que lucha día a día para ganar el sustento. Que no merecen la gran estafa moral de preferir el delito rentable a la historia.
Nadie parece salvarse pero el pueblo sí se salva. La buena fe no se penaliza. A pesar de que han menudeado golpes de Estado a nombre del saneamiento moral para darnos gobiernos también salpicados por la corrupción y otros latrocinios. La actual debacle encuentra un pueblo lacerado pero no impotente. Nos duele la corrupción de la gente en que confiamos pero a contracorriente hay dignidad y esperanza de que al haber tocado fondo la moral pública pueda resurgir saneada como el ave fénix. No se vislumbra todavía dónde está o estará la reserva moral que renovará la ilusión, la que no traicionará.
Por eso toca tener cuidado para no generalizar, para no tirar al bebe con el agua sucia, para no incriminar a todo lo que se mueve. Por eso el clamor es que las investigaciones del Ministerio Público se basen en pruebas, que las decisiones y sentencias del Poder Judicial se fundamenten, contra lo que su imagen sugiere, en la honestidad y no en las presiones políticas y económicas.
Sobre todo porque cuando se echa barro indiscriminadamente puede resultar manchada gente honorable como la impecable primera ministra Beatriz Merino con quien trabajé o Henry Pease o Luis Solari o los funcionarios y asesores con quienes fundamos el Foro Democrático como Fernando de la Flor, César Rodríguez Rabanal, Alberto Borea, Angel Delgado o Juan de la Puente. O el ahora apesadumbrado ex directivo de Perú Posible Luis Thais. Condolencias compartidas.  
Que la congresista fujimorista Úrsula Letona pida que todos los ministros del gobierno de Toledo sean investigados y den un paso al costado en la actual gestión de gobierno, es un exceso y un abuso. La presunción de inocencia es garantía universal de justicia. A la que se une cada trayectoria personal como indicador de solvencia ética.
No podemos dejar de reiterar que el saneamiento de la moral pública requiere un cambio radical en la manera de hacer política, a comenzar por las formas de llegar al poder. Nadie logra la Presidencia de la República o la representación en el Congreso sin gastar grandes cantidades de dinero que irrigan candidaturas obligadas a conseguir financiamiento hipotecando conciencias y futuras gestiones.
Esto habría sucedido con la campaña de Ollanta Humala financiada desde el exterior, con dineros brasileños y venezolanos. O con el presidente Santos laureado con un Nobel de la Paz hoy sospechoso de la contribución para nada inocente de Odebrecht. O con el presidente panameño que pide distinguir entre soborno y contribución electoral en una línea para nada sutil que encierra una estrategia para ocultar el escándalo. Y mucho más.