CONTROL
DE DAÑOS
Publicado en Correo el 24 01 15
El
gobierno está frente a una crisis de proporciones que podría devenir en huaico
político. No solo las amenazas implícitas en el caso Martín Belaunde Lossio quien
se ha declarado peligroso para el gobierno, también el inadmisible reglaje o
seguimiento a políticos de dentro y fuera, en cuya denuncia Correo se ha exhibido
como un medio responsable y positivo para la democracia. El Ejecutivo está desgastado
y su gabinete complicado con un Ministro del Interior que hace tiempo pasó la
línea roja, sin límites o bajo consigna, una Ministra de la Mujer que no se
sostiene por errores propios y un Ministro de Justicia que ya debería haberse
ido por sus interferencias con las investigaciones que debe garantizar. Ana
Jara, más allá de las esperanzas que concitó su nombramiento, aparece disminuida
y más que coordinadora y dialogante es una escudera que sacrifica todo por la
defensa del presidente y su esposa.
El
gobierno resulta deteriorado al punto que parece estar en etapa terminal cuando
le falta todavía año y medio. Y a nadie conviene que el reglaje -autorizado o
no por la presidencia- signifique una antesala del autoritarismo o que el gobernante
se sienta contra las cuerdas y tentado a patear el tablero. O que la oposición
estire tanto los ataques que lo deje sin posibilidades democráticas. Ni tanto
que queme al santo ni tan lejos que no alumbre. El valor supremo a preservar es
el equilibrio político dentro de la democracia, la estabilidad jurídica y económica,
la credibilidad de las instituciones y de los líderes que gobiernan, la
confianza de los gobernados. Excesiva incertidumbre en la coyuntura afecta la
economía y la política. La inseguridad ciudadana se incrementa, la ausencia de
diálogo es una regla, el desencuentro del gobierno con la sociedad es patente.
Y todo ello en un escenario electoral prematuro, adelantado con críticas y
promesas que lindan con lo demagógico. Urge un cambio con control de daños.
Cambio en el estilo de gobierno, el presidente debe olvidar sus orígenes en los
cuarteles donde se impone y se obedece sin dudas ni murmuraciones. En la
política se dialoga, se busca consensos, se minimiza el ataque y se magnifica
la propuesta, ahora casi inexistente. La Ley Pulpín nació muerta pero se
pretende viva y el gobierno sigue aferrado a su cadáver pretendiendo que con un
reglamento aplacará la indignación juvenil manifiesta ya en tres marchas
inmensas, más las que vendrán. Pueril. La terquedad gubernamental y congresal y
la represión policial constituyen una provocación insensata al sector juvenil de
gran peso político y electoral.
El
control de daños pasa por el cambio del gabinete y la derogatoria de la Ley
Pulpín. Y por una menor confrontación y un mayor diálogo. A escuchar.