domingo, 16 de junio de 2013

LA UNIVERSIDAD QUE QUEREMOS


 

POR UNA UNIVERSIDAD DE CALIDAD
 

Una larga crisis debida a décadas de abandono y desinterés ha puesto a la Universidad en situación de atención urgente a comenzar por una nueva Ley Universitaria ya que la actual tiene más de 30 años con ligeras modificaciones. Pero no termina ahí.

No estamos frente al debate necesario sino ante un voluntarismo congresal que puede ser la madre de todos los errores. No hay ni ha habido debate para tratar una institución que es por excelencia, análisis y confrontación de opiniones. El Congreso acapara y monopoliza excluyendo la participación de la sociedad, en especial la de docentes y universitarios. Y no solo necesitamos la buena ley, que no tenemos, el sistema en su conjunto debe ser replanteado bajo nuevas fórmulas en plena sociedad de la información, lo que no podría lograrse desde el intervencionismo que liquide la autonomía universitaria tan difícilmente obtenida.

Hay que fiscalizar y lograr una educación de calidad, superando núcleos de mediocridad pero no será al costo de eliminar su universalidad e independencia. El Estado debe responder a un país que reclama educación pública con investigación e innovación para insertar a nuestros jóvenes en las exigencias de la globalización y la revolución tecnológica. Y para ello requerimos de una reforma profunda desde la autonomía y la libertad no desde su carencia o limitación.

Los congresistas con anteojeras se equivocan, entran al terreno como elefante en cristalería. Un órgano estatal suprauniversitario que coloque a todas las universidades en el mismo saco no es el mejor inicio. Muchas universidades privadas surgieron cuando el fujimorismo las autorizo buscando la rentabilidad económica sin preocuparse de la rentabilidad social. El mal está hecho y subsanarlo maquillando al muñeco no le dará vida distinta.

Felizmente, a pesar de la desidia estatal, tenemos universidades de primera, con tradición, en pos de su acreditación en el camino a la excelencia en los estudios superiores. Para motivar esta vía requerimos estímulos y no más burocracia, perfeccionar el organismo acreditador que hoy es el CONEAU para avanzar con seguridad.

Finalmente, no olvidar que la educación tiene su fundamento en la ética, en recuperar valores e integrarlos a nuestra vida. Una educación en valores es socialización y progreso, movilidad hacia el bienestar. La universidad es fiel reflejo de la sociedad, si ésta desprecia el conocimiento, la investigación no formará parte de ella pues no posee valor comercial inmediato. Y lo sabemos, la universidad sin investigación es una isla y no precisamente de excelencia. La educación significa el desarrollo integral de los individuos, más allá de la preparación profesional y las consideraciones materiales, algo que incluye necesariamente comprender la naturaleza de las cosas y el mundo que nos rodea. Lo que menos necesitamos es el caballazo o el esnobismo.

Además de cambiar actitudes, nuestros estudiantes son muy poco exigentes, no aprenden a pensar ni a tener criterios propios, creen que la educación universitaria es pasar exámenes con la reproducción memorística de los contenidos, poco interesan los seminarios o debates ni el conocimiento de otras lenguas y culturas, indispensable en esta era. Sin profesionales pensantes no daremos solución a nuestras carencias, la buena formación intelectual y profesional identifica a las sociedades avanzadas y competitivas. Una Universidad Pública de calidad es el mecanismo de equidad social para la inclusión, el que permitirá a los estudiantes de menores recursos iguales oportunidades para salir del subdesarrollo y de la pobreza. Incrementar el gasto público para las universidades es inversión y su reforma con autonomía indispensable para abrirse a la sociedad con nuevos títulos y programas de innovación. Esperemos.