¿CORRUPCIÓN
EN LA PRENSA?
Publicado en la revista VELAVERDE el 6 de febrero 2017
El país se hunde en el fango de los pavorosos huaicos que asolan
inmensas quebradas donde los ríos de agua limpia son reemplazados por
infernales caídas de lodo y piedra dejando a su paso tristeza y desolación.
Pero también se hunde en la pobreza moral cuando el fango de la corrupción
amenaza a la clase política, empresarial y hasta a los mejores representantes
de la prensa. A periodistas acreditados que lograron ubicarse en la cumbre de
la información y de la opinología.
Estamos a la espera de los desenlaces, en silencio porque nos da miedo
adelantar opiniones y menos aún nombres. El ambiente se ha llenado de chismes,
de oscuridades y de amenazas. Pero cuando el mundo de la información y de la
prensa forma parte de esta bruma todos nos preocupamos.
Muchos se
refieren a la prensa como el cuarto poder que nació para hacer contrapeso a los
otros poderes, el que fiscaliza a nombre de la sociedad, el que vela por la
transparencia poniendo luces donde los intereses ocultos quieren sombras. Pocos
aceptan que frente al gran poder político y económico se levanta el gran poder
mediático disputando influencia a los elegidos en las urnas, poniendo temas y
autoridades al más alto nivel. No es el cuarto poder, muchas veces es el
primero.
Si los
medios representan en sí mismos un gran poder a nadie extraña que mantengan
relaciones especiales con el poder económico y el poder político. Lo que no es
posible es que formen parte de las mismas huestes que deben fiscalizar, que
sacrifiquen independencia e imparcialidad en el altar de dineros mal habidos o
de influencias fáciles. Que los grandes reportajes o las grandes primicias,
destapes, titulares se deban no a la misión de informar sino a los cheques que
puedan recibir para hacer de sus crónicas o entrevistas el elogio de los que
pagan.
Respetamos a
los comunicadores institucionales, los que asesoran altos funcionarios e
instituciones. Pueden laborar para bancos, empresas nacionales o
transnacionales, ministerios y demás pero debemos saber de dónde proviene la
información que proveen, que a todas luces es de parte y defiende determinados
intereses que siendo legítimos pueden no ser los de la sociedad.
Tampoco son
independientes los que se rinden a conferencias muy bien pagadas o a cursos y
viajes nacionales o internacionales. Son formas que cruzan la delgada línea
entre la seducción y el soborno. Quienes hacen propaganda no pueden opinar como
si no tuvieran nada que ver con los beneficiarios de sus crónicas.
La paradoja
es que uno de los grandes frenos de la corrupción ha sido siempre la prensa
libre, éticamente empoderada para detectar delincuentes y descubrir falsos
valores e impostores. Y si la prensa se ve involucrada con la espesa red de
intereses políticos y económicos afectados por la corrupción de las
constructoras brasileñas habríamos perdido como sociedad en nuestro derecho a
la información y en la confianza en los mediadores que son los políticos y los
periodistas.
Necesitamos
de la prensa libre, ética, principista, lúcida, culta, eficaz, independiente. Que
nos permita creer en la libertad, la democracia, la decencia posibles. En su lugar
nos están acechando los viejos fantasmas, las sombras siniestras que el
montesinismo nos dejó en la retina y en el corazón.
Lo terrible
es que creímos que dejábamos esa pesadilla atrás, que las conciencias de prensa
no estaban más en venta, que las líneas editoriales podían responder a los
intereses nacionales y no a pagos bajo la mesa. Y es aún más peligroso pues
toca a quienes pregonaron valores y decencia después del fujimorismo que, sin
embargo, han cedido a ambiciones personales y de grupo dejando desprotegida a la
sociedad.
El
fariseísmo descubre su rostro en las serviciales ruedas de prensa, en las arregladas
comparecencias públicas, en los insulsos debates electorales con maquillados políticos
que no tienen al frente periodistas desde la libertad sino a sicarios desde la
coima o el soborno.
No solo está
la corrupción también el terrorismo, el narcotráfico, la xenofobia y los populismos
que amenazan el derecho a la información y las libertades de expresión y de
prensa. Conscientes de ello no es posible ni correcto caer en el desprestigio
gratuito ni en la descalificación genérica abusiva. Destruir prestigios y
credibilidades de periodistas y medios puede ser un arma de la misma
corrupción. La línea es difícil de definir y fácil de cruzar, delicada porque
pueden generarse escándalos que destruyen personajes importantes para la
conciencia colectiva.
Para enfrentar este inmenso desafío, es indispensable
la independencia, la autonomía y la valentía de quienes deben enfrentar y
arriesgarse ante amenazas que proliferan. Así como jueces y fiscales son amedrentados
por la corrupción los periodistas también encuentran amenazas a su integridad y
a sus familias.
Enormes dificultades surgen para cumplir la misión
informativa con rigor, la profesión está plagada de riesgos invisibles que
demandan gran valentía personal para denunciar lacras. El periodismo corajudo y
de calidad puede tener un costo muy alto, muchas veces ignorado, cabalmente
representado en nuestros ocho mártires de Uchuraccay que en enero de 1983
ofrendaron sus vidas en la búsqueda de la verdad con la pasión e integridad que
hoy es legado esencial.
Alan Rusbridger, ex director del paradigmático The Guardian dejó una frase que es norma básica
del buen periodismo: “No nos dejaremos
intimidar y seguiremos actuando de manera responsable”. Una responsabilidad
que incluye la transparencia de la propiedad mediática y el acceso equitativo a
las TICS con gobiernos que defiendan la honestidad como el acceso a la verdad.
En este espacio nos encontramos todos.