sábado, 18 de marzo de 2017



JUGAR  AL BORDE 
DEL PRECIPICIO


En Correo del 18 de marzo 2017

El desastre es de magnitudes. Cientos de miles afectados por la furia de una naturaleza implacable que toca especialmente a los que menos tienen. Y pone en evidencia incapacidades e inacciones de autoridades que no saben prevenir y aun teniendo dinero no saben ejecutar para evitar dramas como el que vivimos o disminuir los que llegan por sorpresa y parecen inevitables.

Somos víctimas de la incapacidad o de la ausencia de prevención. Creemos que los dramas tocan a otros y solo reaccionamos cuando los vemos a la puerta. La economía está funcionando pero pronto sentirá la pegada de las consecuencias del desastre natural.

Necesitaremos una recuperación en firme, una reconstrucción que exige recursos financieros y humanos. Continuar con la idea de ser sede de los Juegos Olímpicos no se sostiene. La pobreza sigue existiendo y el voluntarismo no es suficiente, las limitaciones aumentan con desastres como el actual. Aun con decisión no es posible ignorar la realidad, el optimismo de PPK es loable tanto como su llamado a la calma y a la tranquilidad. Los daños son superables pero nos tomará mucho tiempo recuperar el punto en que estábamos en los lugares donde las poblaciones han perdido todo.

Lo vendan como lo vendan, el entusiasmo y el optimismo no es todo. No podemos ser víctimas de la ilusión que abonará en la poca credibilidad que ya afecta a los políticos. Que se unan por la reconstrucción, que dialoguen, que concierten, que actúen.


Es lo que se espera de políticos y autoridades. Sin descuidar la supervisión del gasto que sin burocracias excesivas descarte la carta blanca que permite el abuso. Las declaraciones de emergencia simplifican compras, alejan los controles y alientan a los vivos. Es el momento de la acción pero también de la responsabilidad de políticos y autoridades centrales, regionales y locales. No podemos jugar al borde del precipicio.

GUERRA AL AZÚCAR 
Y LAS GRASAS

En Político.pe el 17 03 17

El desastre nacional concentra toda nuestra atención. Cientos de miles de damnificados por la naturaleza en furia reclaman ayuda de autoridades y de la gente menos afectada. La agenda está copada por la angustiosa situación que ha convertido calles en ríos y hogares en símbolo de desamparo. Noticieros y alertas nos convocan a la preocupación por un drama colectivo que nunca habíamos visto en tal dimensión.

Si bien la naturaleza puede sorprendernos siempre habrá forma de evitar mayores daños si nos preparamos con conocimiento y usamos los recursos a tiempo.   No asumimos el concepto de prevención que autoridades regionales, locales y centrales deben interiorizar para ejecutar el gasto con racionalidad y responsabilidad.

Eso sucede también con la alimentación. A nadie le gusta que le digan qué comer, menos todavía que le obliguen a consumir lo que no le gusta. La alimentación es asunto personal, de libertad para que cada uno acceda a ella según su leal saber y entender. Desde pequeños hemos reclamado poder rechazar desde la sopa hasta las zanahorias.  

Pero mantenernos en esta actitud puede atentar contra la salud. El gusto por el azúcar, las grasas, las gaseosas y la comida chatarra indica que la autoprotección no funciona o no se impone como debería cuando se multiplican enfermedades como la diabetes o la obesidad, endémicas por irresponsabilidad, desconocimiento o simple terquedad.

En el Perú vemos por doquier adultos y niños extremadamente gordos hasta la obesidad. La publicidad de gaseosas y de fast food o comida chatarra alienta el consumo. En las escuelas, universidades, locales públicas proliferan productos para engañar el hambre llenos de calorías vacías y de grasas trans.

Portugal acaba de aumentar los impuestos a las gaseosas y de imponer un menú vegetariano en los comedores públicos. Han proclamado el 2017 como  el año de la guerra al azúcar. Hospitales y centros de salud deberán retirar los expendedores automáticos de comida con elevados niveles de sal, azúcar, grasas trans y bebidas con alcohol. A esta batalla le seguirá la presencia de lo verde. Todo espacio de titularidad pública ofrecerá un menú sin productos de origen animal.

Chile aprobó en junio pasado la ley más dura del mundo contra la comida chatarra. Restrictiva y severa para combatir la obesidad. Las empresas debieron cambiar el etiquetado, los componentes de sus productos y hasta sus menús. Máximo de sal, entre cinco y seis gramos al día, etiquetas especiales en alimentos sólidos y líquidos, prohibición de venta en las escuelas y menos publicidad en horarios dirigidos a menores de 14 años.

McDonald’s, modificó su Cajita Feliz para adaptarse a la nueva ley. Una hamburguesa más delgada, sin mayonesa ni queso; papas fritas pequeñas y casi sin sal, además de un jugo bajo en calorías o una bebida “light”, más un yogurt o un puré de manzana. Admirable.

En el Perú tenemos la ley 30021 del 2013 con límites máximos de azúcar, sal y grasas saturadas para los alimentos procesados en venta en los colegios. En el 2015 el Reglamento trajo los parámetros técnicos sobre azúcar, sodio y grasas saturadas. Tenemos la ley pero no se cumple. La población consume más gaseosas que leche. Y los niños no reciben la educación nutricional y menos la exigencia para tomar conciencia que azúcar, sal y grasas saturadas son los tres principales enemigos de la salud.

La alimentación incorrecta llevará tarde o temprano al colapso en los servicios de salud con cientos de pacientes que ingresan cada día y desde edades cada vez más tempranas con sobrepeso, obesidad, diabetes, cáncer. Nos toca a todos combatir las gaseosas, margarinas, caramelos, galletas, aceites, helados, salsas y productos dulces. Si no lo hacemos nadie lo hará por nosotros.