viernes, 12 de octubre de 2012

LA DECISION DE OLLANTA



EL INDULTO Y LA ETICA

La ética forma parte del mundo globalizado, de los valores y de la utopía de convivencia armónica. Responde a la racionalidad para alcanzar objetivos concretos de perfeccionamiento individual y social.

Durante mucho tiempo luchamos contra ese estilo fujimorista que se caracterizó por un repudiable pragmatismo que no se detenía ante ninguna ley humana o divina. Su norma fue la prepotencia sin matices y su estilo el de su líder.

Cuando Fujimori cayó, cayeron con él los antivalores que lo sostuvieron. Lo vimos retornar al Perú e ingresar al penal. Un ejemplar juicio justo dejó una lección indeleble ante el mundo y en especial a esos jóvenes que crecieron creyendo que el crimen paga y que puede forjar ciudadanos afortunados y privilegiados con dinero para gastar y poder para disfrutar.

Alberto Fujimori en prisión, con una pena surgida de un proceso debido, significó y significa un triunfo del bien sobre el mal. El mal encarnado en una década de fuerza y corrupción, de manejo autocrático que llegó al crimen y a la violación de derechos humanos.

El daño que Fujimori hizo a la nación y a la sociedad no será resarcido, va más allá de los delitos puntuales por los cuales ha sido sancionado y se resiste a pedir perdón con una soberbia que forma parte de su personalidad. Desde este aserto ninguna pena sería suficiente para la recuperación de la conciencia colectiva que felizmente comenzó cuando los íconos de esa década estuvieron tras las rejas.

No se trata de fujimorizar la agenda política ni de confundir justicia con venganza, menos aún de hacer escarnio o maltrato personal. Por supuesto que las razones humanitarias sensibilizan al más pintado pero la democracia ya va demostrando su superioridad ética, esencial para la convivencia, al tenerlo alojado en prisión en condiciones de privilegio. Nadie podría decir que sufre como pasó con Leguía dramáticas circunstancias que aceleraron su fallecimiento.

Es cierto que en función de esa superioridad ética Humala podría conceder un indulto humanitario pero su responsabilidad será inmensa ante el mundo si no puede demostrar que no se concede consagrando la impunidad y que el crimen no paga en ningún caso.

Fujimori cumple una condena de 25 años de prisión por delitos de lesa humanidad para los cuales no existe indulto. Lo saben sus hijos que han presentado su solicitud precedida de una gran campaña mediática basada en emociones más que en razones.  Estamos ante un perdón prohibido, solicitado sin propósito de enmienda, que se puede contemplar sólo por razones humanitarias, si y solo si, se comprueba que padece una situación médica extrema. Nunca debería concederse por privilegio y menos haciendo caso omiso de su trayectoria de cinismo e insensibilidad desde el poder.

Finalmente el indulto para quien fue dueño de vidas y honras y paseó su prepotente sonrisa burlona y sus guiños a delincuentes probados, debe ser materia de mucha reflexión para que no se convierta en grave error y mal ejemplo que nos avergüence ante nuestros hijos y ante el mundo. No olvidemos que “Donde existe la misma razón existe el mismo derecho” como reza un principio jurídico aplicado en todas las legislaciones. Si el MOVADEF está en las filas a favor del indulto a Fujimori es porque espera que por las mismas razones Abimael Guzman pudiera ser favorecido, en similares circunstancias, con el indulto presidencial. Y ahí comenzaremos nuevamente a debatir principios y no intereses en una sociedad obligada a defender, por encima de conveniencias políticas, la ética y los valores.

 

EL DEBATE SOBRE LA RESPONSABILIDAD DE LOS MEDIOS


EN NOMBRE DE LA VERDAD

El único límite a la libertad de expresión es la incitación a la violencia o al delito. Límite que no aparece muy claro en los concursos cuyos protagonistas van voluntariamente al cadalso de su intimidad por una paga. Tampoco en la producción o la conducción que obtiene el desvelamiento público de los secretos y miserias mejor guardados. En el mercado de los realitys shows todo puede suceder sin responsabilidades mayores ni limitaciones aunque estemos ciertos de que pueden incrementar la violencia por desvalorización colectiva, algo que sucede en todo el mundo incluyendo los países europeos, cuna de la ética occidental. Los valores se trasgreden y banalizan cotidianamente en el altar del rating y la popularidad lo que a su vez da dinero por publicidad.

El asesinato de Ruth Thalía Sayas, la ya tristemente célebre primera concursante de ‘El valor de la verdad’ a manos de Bryan Romero, es la gran telenovela periodístico-penal del momento. Su guión ha generado cientos de horas de producción informativa, prensa escrita, radial, internet y por supuesto televisiva. Y promete muchas horas más de truculencia, detalles morbosos, testimonios, histeria, recriminaciones y vendettas periodísticas en una saga que el morbo alienta a reproducir. No será la primera ni la última tragedia que desencadena una dinámica negativa pero sumamente rentable.

¿Dónde está la ética de medios y periodistas que pueda poner límites a los contenidos que consumimos? ¿Existe autorregulación de medios de comunicación y de periodistas?

‘El valor de la verdad’ es un programa más entre varios que no son inocuos. La exposición de las miserias de la gente junto a la permanente y sistemática crónica roja crea un microclima que da lugar al comentario y al chisme y lamentablemente puede resultar modélico para espectadores jóvenes y menores que pueden no analizar correctamente los mensajes de este tipo de programación que en el Perú ya ha desencadenado el asesinato de una mujer. Estamos hablando de valores y de ejemplos en un país en que el machismo malamente extendido provoca perversiones y delitos como el feminicidio.

Es el momento de hablar claro respecto de la responsabilidad de los medios, de los periodistas y del público en general. Todos aceptan estos productos y se felicitan por su rentabilidad sin detenerse a pensar en el daño colectivo ni en la violencia que pueden estimular. No cabe rasgarse las vestiduras cuando algo terrible sucede y después mirar a otro lado. Bien ha señalado Gonzalo Portocarrero que este tipo de programas televisivos produce en el público un gozo fuera de toda ley y moral. “Un gozo que envilece, que en vez de enriquecer a la persona la degrada. Que implica siempre algún tipo de desconocimiento y desprecio por las particularidades del otro. Se trata de una burla sobre la desgracia ajena que impide el desarrollo humano auténtico”.

Valiente comentario y muy valioso por lo inusual. Pocas veces se critica a los medios de comunicación y a la prensa por sus excesos y nunca cabe esperar de ellos un mea culpa por los contenidos negativos que se lanzan a la sociedad. Tampoco de la sociedad. Nadie hace un mea culpa por alentar estos formatos que estimulan lo peor en las personas, la maledicencia, el chisme, la vulgaridad que linda con lo delictivo y siempre con lo inmoral.

Y si algo puede extraerse de positivo en este penoso crimen es que también ha producido algún rechazo hacia quienes lucran con la situación creada. Libertad no es libertinaje. Si los medios no desean que se les imponga alguna regulación es necesario que se autorregulen para que logren el equilibrio entre rentabilidad y calidad en los contenidos televisivos. No hay que olvidar que el periodismo y los medios trabajan con la confianza de la gente y la pueden perder. Su mayor capital es la credibilidad y para mantenerla deben ofrecer la mayor calidad. El Defensor del Lector, del oyente o del televidente es una institución que funciona muy bien en otros países y que debería ingresar pronto al debate nacional en su calidad de bisagra entre el medio de comunicación y su público, cada vez más necesaria. Seguiremos.