LA CRISIS DEL 2008:
LA DIMENSIÓN
ÉTICA
La crisis financiera iniciada el 2007 sigue siendo una amenaza. Se está
produciendo lo que se temía, una crisis en W, que nos traerá mayores alteraciones
en el acceso a la financiación y en la confianza de la gente. La sostenibilidad
del sistema financiero mundial sigue en riesgo y la recesión puede profundizar
la caída de la producción, del consumo, de la inversión y del empleo.
¿Habrían sido todo distinto si los directivos hubiese actuado con responsabilidad
ética?, Este aspecto es poco mencionado cuando se habla de las causas de la
crisis. Se dice que fallaron las personas que estaban
al frente de organizaciones tan variadas como bancos, agencias de rating, organismos supervisores, bancos centrales, gobiernos y universidades. Que
fueron planteamientos equivocados que trajeron conductas desacertadas que nos
llevaron a una crisis profunda, grave y duradera. ¿Pero fueron errores técnicos
y de dirección o también y fundamentalmente éticos?.
La pregunta es de respuesta compleja. Es muy fácil ser profetas del pasado.
Se constata que hubo y sigue habiendo conductas moralmente incorrectas o
dudosas relacionadas con algunas ideas fundamentales que llevaron a la pérdida
de la confianza. La codicia parece estar en la base de dichos comportamientos, entendida
no como simple búsqueda de beneficios o de lucro sino como exageración y hasta
perversión del legítimo derecho a la ganancia que está en la base del sistema
que permite la acumulación del capital.
Es verdad, pero la codicia no es un invento reciente, es un estimulo que ha
movido siempre a la humanidad y por ello existen mecanismos de control para
evitar que degenere en fraudes y corrupción sin hablar de excesos de especulación.
Pero el exceso o la perversión de la codicia tiene como marco la desregulación
y la laxitud del control provocado por la creencia fundamentalista de que los
mercados se regulan solos. Por ello en años recientes hemos asistido a cambios
institucionales y regulatorios como la abolición en EEUU de la ley
Glass-Steagall, que separaba la actuación de la banca comercial y de
inversiones; incentivos a la concesión de hipotecas subprime, a cargo de empresas bajo patrocinio del Estado, como Fannie Mae y Freedie
Mac; resistencia a la regulación de algunos derivados financieros, etc.[1]
Simultáneamente se crearon incentivos perversos como las altísimas
remuneraciones de los directivos del sistema financiero, o la complicidad con deudores
que compraban con intención de incumplir con los pagos, o la asunción de operaciones
demasiado arriesgadas con la garantía explícita o implícita de los gobiernos, o
los conflictos de intereses de las compañías de evaluación o agencias de rating, cuyos ingresos dependían de la valoración que daban a sus clientes, et. etc.
Todos elementos que acentúan conductas poco o nada éticas.
Sin embargo preferimos levantar la noticia de los fraudes masivos como los cometidos
por Bernard Madoff quien, dicho sea de paso es el único banquero tras las rejas
a pesar del tiempo transcurrido y de no ser el único responsable. Incluso
muchas de las acciones causantes de la crisis pueden haber sido legales lo cual
no obsta para que sean muestras de conducta no ética, pues bien sabemos no todo
lo legal es ético.
No lo es por ejemplo la ausencia de transparencia, la opacidad en las
operaciones, la ocultación de información a los clientes, a los reguladores e
incluso a los accionistas, que se producen al amparo de vacíos legales o
simplemente porque la atención de reguladores, directivos y analistas se
concentra en honores, gloria, riqueza, fama y todo lo que viene acompañando a la
excelencia profesional relegando la buena disposición a descubrir ficciones, mentiras
o distorsiones que van contra los propios deseos o implican autocríticas
extremas o reorientación de valores.
Hay todo un listado por hacer de virtudes conculcadas que incluye la incapacidad
de refrenar el deseo de éxito, de riqueza o de reconocimiento social, cuando son
obstáculos para el correcto desempeño profesional. Y también la cobardía, la
complicidad y la falta de fortaleza pues es difícil pensar que los directivos no
se dieran cuenta de lo que estaba ocurriendo pero no quisieron tomar las decisiones
difíciles que pusieran en peligro carreras y remuneraciones. En lugar de
responsabilidad hubo soberbia, prepotencia y arrogancia en financieros,
economistas, reguladores y gobernantes. Creían que todo lo sabían lo que los
llevó a pensar que estaban por encima de los valores y las normas morales.
Nadie puede negar que hubo ocultación de información, asimetría le dicen, publicidad
engañosa, multiplicación de operaciones innecesarias, altísimas comisiones,
recomendaciones manipuladas y reparto de los costos y beneficios en la sociedad
sin considerar el riesgo moral. Las instituciones financieras se aprovecharon de
la responsabilidad limitada y de la excesiva confianza que les otorgamos
basados en calificaciones de agencias que se equivocaron y siguen orondas
poniendo notas a Estados y a empresas.
Se dice que la prudencia es la virtud principal del banquero y, del hombre
de negocios pero pocos se acuerdan de ella cuando los crecimientos nacionales
son altos, hay abundancia de liquidez, bajos tipos de interés y oportunidades
extraordinarias de beneficios. Agencias de rating, oficinas
gubernamentales reguladores, familias, empresas y entidades financieras dejan
de percibir los riesgos con evidente imprudencia y optan por la complacencia
que termina cuando comienza el pánico.
Y aquí aparece la noción de riesgo sistémico, es decir, el riesgo de falla
del sistema, del que ninguna de las partes implicadas puede cubrirse por sí
sola. Función que incluye a los reguladores y va más allá de ellos, que implica
considerar los efectos de las acciones de cada uno de los agentes sobre los
demás.[2] La
crisis ha puesto de manifiesto que no basta prever y cubrir sólo los riesgos
personales o individuales, que el peligro se da para todo el sistema y propicia
que la crisis se convierta en sistémica afectando la estabilidad de todas las
instituciones de la economía real.
Para los economistas una explicación ética de la crisis puede no ser relevante,
entienden la crisis como fenómeno económico. Es cierto que la ética y la buena
voluntad pueden no ser nociones técnicamente adecuadas pero esto es verdad a medias,
los sucesos tienen dimensiones económicas, políticas, sociológicas y nadie
puede negar que la confianza y la credibilidad tienen mucho que ver con el
ámbito de la ética.
Las interpretaciones económicas de la crisis omiten las consecuencias de
las decisiones como si estuvieran por encima del bien o del mal, No es así, la
ética añade a la economía una concepción más rica de las motivaciones humanas,
explicaciones distintas que pueden incluso ser más completas, que permiten
perfilar mejor las consecuencias y las responsabilidades para identificar los
problemas, entender mejor la naturaleza de los errores y las soluciones. Porque
no se trata de una ética en abstracto, sino de una ética incorporada en los
objetivos, estructuras y culturas de las organizaciones y decisiones de
directivos y empleados. Una empresa ética será una empresa bien gestionada.
Una crisis financiera se evita por las conductas adecuadas de todos los
agentes y por la calidad y eficiencia de los mecanismos de regulación,
supervisión, información y control para contrarrestar incentivos perversos como
la manipulación de las regulaciones y para evitar que los efectos indirectos de
algunas grandes instituciones y mercados tengan un efecto desestabilizador
mayor.
Hablamos de un clima distinto en el mundo de las finanzas en el que cada
uno tenga alguna responsabilidad hacia el bien común y un rol en la creación y el
mantenimiento de la confianza, cuya pérdida es una de las más importantes
consecuencias de la crisis actual. La Ética no es una moda, pertenece a la vida
de los seres humanos de forma indeclinable, nadie está más allá del bien y del
mal.
Es verdad que no debe regularse todo, porque el exceso de regulación podría
ser asfixiante y ahogar la creatividad y la flexibilidad necesarias en el mundo
económico. Ello hace necesaria la autorregulación pero ésta sigue siendo
insuficiente. Bien sabemos que la ética de la empresa no es la del desinterés
pero si puede ser una ética del interés de todos los afectados por su
actividad. Para, sobre todo, impedir que paguen los más débiles, los que se
quedan sin trabajo, sin casa y sin empresa porque no pudieron cancelar la
hipoteca, los inmigrantes que regresaron a sus países. Todo un mundo de dolor
que pudo evitarse.