lunes, 12 de noviembre de 2018


DE LA JUSTICIA 
A LA POLITICA

En el portal Político.pe publicado el 10 11 18

Hasta el concepto de política está en entredicho después del mensaje en que Alberto Fujimori pide perdón a su hija encarcelada por el daño que ésta le ha producido. No tiene razón, la política bien entendida y mejor ejercida es una actividad digna y de servicio que persigue el bienestar colectivo. Solo aquella que persigue el poder por sí mismo aparece contaminada con las ambiciones desenfrenadas, el dinero y las prebendas que la emparentan con la delincuencia y la inmoralidad que hacen daño.

La impunidad de los grandes está en esta línea de toxicidad social. No la soportamos y con el presente mega escándalo estamos viendo saltar todas las alarmas. La indignación es general y el clamor es la lucha contra la corrupción ubicua. Por eso ahora tenemos la judicialización de la política o la política judicializada con un fuerte impacto social al punto que para nadie está permitido ignorar la variable judicial. Ella nos lleva al extremo de ver la impartición de la justicia como instrumento político. Y a nadie extraña que cundan temores que motivan ataques y defensas como viene sucediendo con el Fiscal de la Nación Pedro Chávarry.

Una noción básica en democracia es imponer controles jurídicos al poder político en defensa de los derechos y libertades, pero ésta solo funciona si se gobierna en forma democrática. Si el ejecutivo elegido no perturba las funciones legislativas ni las judiciales. El estado de derecho obliga al gobierno a respetar las reglas básicas del juego. La idea es que jueces ilustrados y abiertos a la deliberación racional contengan o limiten los impulsos autoritarios de los políticos que integran los demás poderes del Estado.

Pero el protagonismo de jueces y fiscales que apuestan a las primeras planas un día sí y otro también es una noción presente. Su relevancia depende del contexto en el cual operan. Según la cultura cívica de derechos y libertades y la fortaleza de partidos políticos o coaliciones de gobierno ellos desempeñarán un rol decisorio como está sucediendo. Y al responder a quienes exigen a viva voz y en las calles cárcel y castigo para los corruptos, la magistratura reacciona con el uso extendido de la coerción. Olvidan que la dimensión represiva corresponde a las formas más primitivas del derecho, aunque en la lucha contra la corrupción aparezca como elemento esencial para desterrar la impunidad que nos agravia como país.

Pero no siempre las respuestas bajo presión social, mediática o política son las adecuadas. Está en juego la tentación de protagonismo de algunos jueces, fiscales y procuradores desde un prestigio que puede ser temporal pero muy útil para ingresar exitosamente a la política. Sucedió con Yeni Vilcatoma en nuestro país y está sucediendo con el famoso juez brasileño Sergio Moro que ha aceptado ser Ministro de Justicia en el gobierno de Jair Bolsonaro, el gran beneficiado de su cacería contra Lula.

Moro fue elogiado como el justiciero que Brasil necesitaba, fue el instructor de 'Lava Jato' que asumió un perfil político como lo tienen ahora el fiscal Domingo Pérez y el juez Concepción Carhuancho. Una situación que podría poner en riesgo la independencia de la judicatura respecto de los otros poderes del Estado.

No olvidar que en democracia es indispensable dotar de un mínimo de autonomía a jueces, fiscales y procuradores y bregar por su independencia para no regresar al derecho a su etapa más primitiva, la de la ley represiva absolutamente subordinada a la política.

La historia de América Latina ofrece ejemplos de estos riesgos. En los años noventa órganos encargados de controlar la Constitución fueron intervenidos por gobiernos como el de Carlos Menem que aumentó el número de jueces de la Corte Suprema para asegurarse una mayoría de partidarios lo cual fue reproducido por los Kirchner. O Alberto Fujimori que en el lesivo 5 de abril intervino el Poder Judicial y posteriormente destituyó a tres magistrados del Tribunal Constitucional que dieron un fallo adverso a su reelección. Sin olvidar a Hugo Chávez que obligó a la presidenta de la Corte Suprema a renunciar a su cargo para asegurarse la mayoría en ella.

La lucha por la autonomía puede ser amenazada por la judicialización de la política que puede acabar con la independencia de la judicatura al transformarla en arena política. Porque la otra cara de la moneda es la politización de la justicia que lesiona la institucionalidad y la separación de poderes inherente a la democracia.

En Brasil el supuesto implacable cazador de políticos corruptos, Sergio Moro, acepta ser Ministro de Justicia de Bolsonaro. Un gesto que mancha su imagen y lo hecho hasta ahora. Su justicia se convierte en acto político desde que al poner en prisión a Lula libró al flamante presidente de su mayor obstáculo electoral para alcanzar la presidencia.

Recordemos el paradigmático caso de Italia en los noventa cuando el sonado proceso judicial derivó en la renovación de su sistema político. ¿En el Perú cambiaremos el sistema de justicia o éste cambiará el sistema político? ¿El cambio será para bien de la democracia y de la independencia de poderes? ¿O no?  



NO JUDICIALICEMOS 
LA POLÍTICA

En Correo, mi columna HOJA DE TIEMPO, del 09 11 18

En América Latina jueces y fiscales intervienen en asuntos tradicionalmente resueltos por el sistema político. Esto afecta más a los países con instituciones y partidos políticos débiles por falta de legitimidad y representatividad. Hemos pasado de la censura al poder judicial a confiar en algunos magistrados y a descartar otros. Si bien los excesos de algunos políticos proliferan como hemos visto en el tormentoso debate congresal de Lava Jato también jueces y fiscales pueden incurrir en ellos engendrando justificados temores. Después de las prisiones de Ollanta Humala y su esposa, de los grandes empresarios consorciados con Odebrecht y de Keiko Fujimori con su cúpula otras tantas penas preventivas esperan. 

El interés por conectar con la indignación ciudadana bajo presión mediática puede llevar a errores y a tentaciones. El caso de Pedro Chávarry contamina la política con verdades y medias verdades que hacen las delicias de las tribunas. El fiscal Domingo Pérez recibe la atención del país incluyendo fans enamoradas. El juez Concepción Carhuancho es el justiciero radical de las prisiones preventivas. El denominador común es el protagonismo y la tentación de las primeras planas al precio de desbordar cauces judiciales y constitucionales para entrar a la política. Una vía que llevó a Yeni Vilcatoma al Congreso sin más méritos que saber aprovechar la atención pública por su grabación clandestina al ministro Figallo. Jueces y fiscales son líderes en escenarios políticos confusos y turbulentos. La falta de independencia es el precio. 

No siempre sucede lo del paradigmático caso de Italia en los 90 cuyo proceso derivó en la completa renovación de su sistema político. ¿Y en el Perú cambiaremos o tendremos jueces como Sergio Moro que ‘cazó’ a Lula y juró que nunca entraría en política pero ahora será el Ministro de Justicia del gobierno de quien se benefició con su dictamen al eliminar de la contienda a su principal oponente.