sábado, 5 de septiembre de 2015


 
EL CASO DE EL NAZARENO EN PAMPLONA

CIUDAD PÁNICO

 
Para Portal Punto de Encuentro
 
El reconocido pensador francés en su libro "Ville Panique" se adelantó al estado de ánimo que invade a los habitantes de las ciudades en las que se enseñorea el miedo hasta llegar al pánico por la amenaza ubicua y permanente que significa la delincuencia y la criminalidad que deja en letra muerta el derecho a la vida. El filósofo galo se refiere a los efectos desestabilizadores de las catástrofes o de los accidentes que consiguen lo que antes las revoluciones, es decir que pueden llevar a un cambio de gobierno o a una crisis interminable. Y no está pensando solo en la renuncia de una autoridad sino en un cambio completo de gobierno o de régimen.

En el Perú ya estamos en una crisis, jaqueados por una delincuencia organizada y tecnificada que llega fácil e impunemente a la criminalidad. Encerrados en nuestras casas con temor de salir y también de quedarnos. De ir a un restaurante o de tomar un taxi. Vivimos con un sentimiento cercano al pánico para el cual hablar de inseguridad ciudadana resulta muy pobre y muy débil. No solo nos sentimos inseguros podemos llegar a estar aterrados. Pregúntenles sobre el trauma que les  queda a quienes acaban de sufrir un ataque, de robo o de sicariato. Por eso crece la indignación a niveles que podrían dejar atrás la civilización y hacernos retroceder a la acción tribal de la justicia por mano propia.

Paul Virilio analiza en Ville panique, artículos de diarios, entrevistas a personajes políticos, anécdotas de accidentes y columnas de opinión para describir ese escenario violento y descontrolado que nos rodea. Y lo hace con una sola misión la de alertar a la sociedad de lo que está pasando y sobre todo de expresar la urgencia y convicción de que la acción política consiste en tomar nota de los peligros. En nuestro caso estamos llegando a extremos que exhiben un Estado deteriorado o inútil con instituciones tan ineficaces que la gente angustiada quiere hacer lo suyo, incluso al margen de la ley.

Si un Estado no puede proteger la vida ni dar seguridad a su población simplemente no tiene razón de existir, proteger la vida y la propiedad es su justificación y su primera obligación. Para ese fin los gobernados damos a los gobernantes dineros, facultades, recursos y cedemos competencias. Si no pueden hacerlo todo lo demás resulta irrelevante. Y por ello estamos ante un gran peligro, el de la anarquía y el desorden, la vuelta al primitivismo de la tribu sin Estado lo que desestabiliza absolutamente todos los aspectos de la conciencia, de la percepción occidental y de la modernidad.

El pánico anula la reflexión y descarta la serenidad, la indignación crece y como emoción colectiva puede ser mala consejera. Al interior de las ciudades el habitante inerme deja de ser el ciudadano para asumirse como soldado, policía o juez. La crisis es de confianza, la gente ya no cree en nadie, menos en el Estado, ni en su policía ni en sus jueces. Ni siquiera sabe quién es el enemigo. Podríamos fácilmente estar llegando a ese terreno angustiante y sombrío de una silenciosa guerra de todos contra todos, una confrontación que deriva en histeria colectiva y en la comisión de crímenes inspirados en la venganza.

El eslabón más frágil en este caso es la sociedad asediada, acosada e indefensa. Pero también podría ser el eslabón más fuerte. No por gusto las rondas campesinas fueron protagonistas de la derrota de Sendero Luminoso. Traigo a colación las rondas ciudadanas que están activando los pobladores del sector El Nazareno de Pamplona en San Juan de Miraflores. Un grupo de respetables y enérgicas señoras, en colaboración con la Parroquia, el Serenazgo y la Policía, salen en los carros a patrullar las calles de 7pm a 10pm esgrimiendo sus varas disciplinarias, mientras que de 10pm a 1am lo hacen los varones que no pueden quedarse rezagados.

Estamos ante un procedimiento colectivo, digno, solidario y silencioso pero sobre todo muy efectivo. En esas calles así vigiladas, en solo algunas semanas, los robos han disminuido hasta casi desaparecer. Mi homenaje a Maura Carlos, mi querida asistenta personal por décadas, quien es una de esas lideresas. Maura, una señora mayor, admirable, digna, enérgica, no duda en  poner lo suyo, su esfuerzo personal, su tiempo y su actitud recta y ética. Un asombroso esfuerzo modélico que por su buen resultado debería ser difundido y replicado en toda la ciudad invadida por el pánico. Sin esloganes patibularios, sin frases fuertes ni imágenes terribles han logrado articular una  estrategia que deja el temor primario y elemental en el desván y enfrenta el problema con eficiencia. No en contra ni al margen, en asociación con las instituciones legitimadas del Estado. Una gran lección a entender y aplicar.
 
 
 
NO HAY ESTADO SIN SEGURIDAD
 
 

            
Toda sociedad se organiza en Estados y les da dinero, atribuciones y autoridad para la protección y defensa de la vida. Si un Estado no puede cumplir en todo esto, lo demás es accesorio. El primer derecho humano es a la vida. La primera obligación del Estado es protegerla. Es su justificación. Si no lo hace, no hay razón de que exista.

Así de grave es la crisis de inseguridad y criminalidad desatada que estamos enfrentando. Que las hay peores en otros países, seguramente, pero la del Perú ya resulta insoportable y la gente busca soluciones. Si el 90% de los peruanos se siente inseguro en las calles y en su hogar, cómo no pensar en la “justicia” por mano propia con linchamientos y castigos. Y esto es lo más grave que puede suceder: el retroceso, la ineptitud, el deterioro del Estado. Nada peor. Hay estados fallidos y estados inútiles asociados a la pobreza, a la falta de educación, a las enfermedades y a la criminalidad. Vamos perdiendo de vista logros y desarrollos para retroceder al nivel del primitivismo en una sociedad sin reflejos institucionales que torna a la defensa tribal, a la protección que usan los pueblos que se quedaron atrás.
Los políticos pueden prometer todo ad portas de elecciones generales, pero el fracaso es el fracaso y las vidas y la confianza perdidas no se recuperan. No se trata de dureza, sino de eficacia. No habrá batalla ganada sino sociedad menos lesionada con vidas que se pierden e indignación que crece. Lo que falta es actitud moral, ética social para actuar y para creer; estamos en un círculo vicioso del que será muy difícil salir.
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La clave sigue siendo la mayor efectividad de la Policía y del Poder Judicial. Pedimos mayor equipamiento, mejora de las comisarías, coordinación entre municipios, PNP, Fiscalía y jueces, y ojalá lo consigamos, pero el mejor y único eslabón efectivo será siempre la sociedad organizada relacionada con la autoridad legítima. Para ello debe haber Estado sólido y con autoridad que no desaparezca en el peor momento, como es dramáticamente el caso.