TENEMOS DERECHO A SABER
Esta crisis
de salud muestra la importancia de la información y de la verdad para la credibilidad
en el gobierno para proteger el derecho a la vida. Si queremos reducir riesgos e
incertidumbres debemos tener la data que refleje la realidad sobre la evolución
de la pandemia. No sabemos cuándo se aplanará la curva ni si hay muertos no conocidos.
El fantasma del drama de países poderosos con sistemas de salud más sólidos nos
asalta. Demasiados rumores mellan la confianza, teorías conspirativas, desinformación y propaganda
socavan con razón o sin ella la labor de los funcionarios de salud de maneras
que podrían alargar la pandemia o deformar la realidad maquillando cifras de
infectados o muertos.
Podríamos estar al borde del pánico lleno de temores o de
la prescindencia en la creencia de que todo va muy bien y pronto retornaremos a
la normalidad. Ambos extremos son muy graves. Para cuidarnos necesitamos la transparencia
motivadora y no la oscuridad paralizante.
Muchas falsedades son promovidas por
gobiernos que buscan ocultar sus fracasos
o un beneficio político. Y las dudas están ahí más aún con conferencias
presidenciales que no admiten repreguntas. El desacato lleva a imponer multas a
gente sin recursos que sale a las calles a vender lo que sea ante el dilema
virus o hambre. Y poco les importa el distanciamiento social, quedarse en casa
o usar mascarillas para contener un virus que viene cobrando vidas de cientos
de miles.
El coro informativo desconcierta al punto que la Organización Mundial
de la Salud advierte de una “infodemia”
con fuerte contaminación desde las redes sociales o de los medios controlados o
subvencionados. La supresión o el maquillaje de cifras y estadísticas son más peligrosos
que la verdad que empodera al ciudadano y motiva su responsabilidad. Ni mordaza
a funcionarios que disienten ni persecución a críticos y descontentos. Tenemos
derecho a saber.