CIPRIANI
Y EL ESTADO LAICO
Publicado en el portal Político.pe el 04 de septiembre del 2016
Con un
fuerte apretón de manos entre Pedro Pablo Kuczynski, y Juan Luis Cipriani terminó
el impasse sobre el fallo judicial que permite que el
Ministerio de Salud distribuya la llamada píldora del día siguiente para
impedir los embarazos indeseados.
El alto
prelado de la Iglesia Católica ha ido coleccionando episodios de
intervencionismo en las decisiones políticas y se ha permitido llamar
públicamente respondonas a las ministras de Justicia, de la Mujer y de Salud, Marisol Pérez Tello, Ana María Romero-Lozada y Patricia García
que osaron afirmar sus puntos de vista. Y hace muy poco debió pedir disculpas
por haber dado a entender que la mujer provoca la violencia que la afecta. Inaceptable.
Esta
vez la mediadora entre los representantes del poder político y del religioso
pareció ser Santa Rosa de Lima pues en su homenaje el sermón de Cipriani abordó el
respeto a las autoridades, la negación de la interferencia y la
valorización de la mujer. Como bien dijo PPK fue un sermón muy conciliador. Un sermón que más parecía de disculpas
por la proclividad del prelado a dar opinión cuando nadie se la pide. Más aún
cuando no debe hacerlo pues nuestro país es constitucionalmente laico.
El Estado laico no es una abstracción, tiene
definición constitucional que establece la separación entre el poder político y
el de la iglesia, entre la política y la religión. El laicismo pone límites al
poder, a la fuerza e irracionalidad del clero que históricamente se acostumbró a
definir situaciones. El Estado laico es irreversible aunque haya muchos conservadores,
y dentro de ellos una parte sustantiva de la iglesia, que no lo consideran vigente.
Por eso vemos avances y retrocesos y se plantean erróneamente contradicciones entre
la religiosidad de nuestro pueblo y la laicidad.
Y es que el Estado laico sigue teniendo detractores que
defienden privilegios de la autoridad espiritual de la iglesia. Por ello surgen
los llamados ruidos de sotanas en casos concretos, a contracorriente de la independencia
de las autoridades elegidas por el pueblo frente a toda influencia eclesiástica.
El Estado laico respeta pero no profesa religión, considera a todas las
asociaciones religiosas como iguales con idénticos derechos y obligaciones. Ni
a favor ni en contra de ninguna religión, sin religión oficial, sin recursos
públicos usados para el proselitismo religioso.
Quedaron atrás las batallas ideológicas del siglo XIX.
En pleno siglo XXI, desde la libertad de cultos y de expresión, existe
separación de la Iglesia y el Estado, la educación se da fuera del ámbito
confesional y hay igualdad civil de todos los ciudadanos al margen de sus
creencias.
El Estado laico es un instrumento jurídico-político en
contra de la discriminación y de los privilegios indebidos. No se trata de
tolerancia, sino de respeto absoluto. Simplemente no se
mezclan asuntos públicos con religiosos.
Todavía hay quienes creen que el Estado laico viene de
un pacto con el diablo, que piensan que la buena educación es la que tiene base
religiosa, que piden regresar a la subvención de la iglesia por el Estado, que
tratan de recuperar el poder político-religioso. Que defienden la devolución de
los fueros eclesiásticos y la educación religiosa en las escuelas públicas. Felizmente
lejos de la edad media nos toca preservar el enorme valor político del Estado
laico como respeto a toda creencia religiosa y al pluralismo cultural y
político que es la base para la integración de los derechos humanos y la
democracia.