NI SANO NI SAGRADO
Publicado en Opinión de diario Exitosa el 28 de Julio 2019
En
deshonrosa audiencia un ex presidente peruano –como un preso común vestido de
rojo- recibió la sentencia del juez Thomas S. Hixson para que continúe en una celda
norteamericana mientras se resuelve el pedido de extradición del Estado Peruano
para que retorne a enfrentar la justicia.
Alejandro Toledo Manrique
fue arrestado en
California como un delincuente y es hoy un
estigma nacional. El mismo Alejandro Toledo Manrique
que al comenzar el siglo XXI recibió la confianza ciudadana de quienes
apostamos por la recuperación de la democracia durante el corrupto decenio
fujimontesinista. En ese momento había indignación en la población y el
imperativo de continuar la lucha que desde el cinco de abril de 1992 iniciamos un
grupo de patriotas que condenamos la ruptura constitucional y coordinamos
acciones de resistencia bajo el reconocido liderazgo de Gustavo Mohme Llona,
congresista y director del diario La República, que acogió ampliamente todas
las voces. Esa lucha logró la firma del Acuerdo de Gobernabilidad un 26 de
noviembre de 1999 que surgió de un verdadero frente democrático para la
alternancia.
Eran tiempos
de esperanza. Para quienes fundamos el Foro Democrático y luego el Comité
Cívico por la Democracia, el fallecimiento de Gustavo Mohme Llona nos obligó a
buscar una figura que pudiera encarnar el espíritu de esa prolongada lucha
contra el fujimorismo. Los candidatos presidenciales de oposición habían sido
progresivamente liquidados por la proterva campaña de desprestigio digitada por
Vladimiro Montesinos y el que quedaba era Alejandro Toledo Manrique, un privilegiado
al que podíamos investir para continuar la batalla electoral y política interrumpida.
No eran sus méritos ya que su propuesta era construir el segundo piso del
régimen que denostábamos, era el único candidato inscrito que podría enfrentar
electoralmente a Fujimori y a sus deseos de perpetuarse en el poder.
Pusimos en
sus manos el trabajo orgánico y los planteamientos consensuados que habíamos
impulsado durante ocho largos años. Lo incorporamos al equipo y le entregamos
el liderazgo. No lo había ganado, no lo merecía pero era lo que teníamos, en
modo alguno le correspondía la vincha con que adornó su cabeza. Con él vino su
esposa, la belga Eliane Karp, protagónica, simpática, inteligente y enérgica
frente al régimen, muy lejos de la figura flamígera y prepotente en que se
convirtió al llegar a Palacio de Gobierno. Su frase sobre su cholo SANO Y
SAGRADO quedará para la historia del oprobio, como sarcástica burla a quienes
le dimos confianza, participación y voto con altísimo esfuerzo personal.
La imagen de
hoy es truculenta. Más de dos años huyendo de la justicia, dueño de una
mitomanía ignominiosa que torna más dramática nuestra equivocación. Como dijo
Mario Vargas Llosa nadie pudo adelantar este desastre moral. El ambiente de la
resistencia democrática fue de optimismo y de confianza en un amanecer
democrático. Y encontramos a Toledo para esa conducción ante el hecho consumado
de ser el candidato supérstite. La adhesión que le concedimos no implica
complicidad y menos aún responsabilidad por sus latrocinios y mala conducta posterior
a su victoria. Nunca imaginamos que aprovecharía su gobierno para robar aunque
hubiera razones en su trayectoria para sospechar de su falta de honestidad. A
comenzar por la leyenda personal que fabricó, con voz engolada, la del cholo
humilde, la del lustrabotas que emergió gracias a la educación extranjera. No quisimos
creer los hechos bochornosos que se le imputaban.
Triste que hoy se vea comprometida la
imagen de la valiosa y valiente oposición democrática antifujimorista y de esa
inmensa epopeya social que fue la Marcha de los Cuatro Suyos, en cuya
organización honrosamente participamos con un equipo de gente comprometida con
el Perú y su destino. Fuimos acusados de homicidio por los incidentes luctuosos
del día siguiente. En especial por la muerte de los trabajadores del Banco de
la Nación en el espacio donde hoy se levanta la Plaza de la Democracia.
La Marcha fue un acto de fe, de miles de
peruanos, de provincianos que llegaron a Lima a pesar de las dificultades y de los
designios pavorosos de Vladimiro Montesinos, decidido y sin escrúpulos a impulsar
el tercer mandato de Fujimori. Nos denunció como terroristas y culpables de los
incendios y del vandalismo que él mismo planeó para ese luctuoso 28 de Julio
tan distinto a la noche anterior, festiva, impresionante y pacífica, fruto de
la iniciativa de Javier Diez Canseco. La multitud enfervorizada hizo palpable
la exasperación de todo el país contra la corrupción del régimen que debía irse
bajo la presión indignada del pueblo.
Creamos un ídolo con pies de barro y no lo
vimos. Solo él sabía quién era. Y su mujer también. Ni sano ni sagrado explotó
lo mejor del sentimiento nacional para terminar como el Alejandro Toledo del
traje rojo de la corte de California. No merecía ni la honrosa vincha que se
colocó y menos aún la banda presidencial que el pueblo esperanzado le confió.
Lección para la juventud: el crimen nunca paga.