Publicado en el diario Correo. 29.04.14
El espacio público se va perdiendo por la inseguridad y la violencia, un espacio que es de todos y ya casi no lo tenemos, se va tornando ajeno y peligroso. Nos quedamos en las casas, no salimos por temor. Nuestras ciudades están ocupadas por la delincuencia organizada. Sólo podemos sentirnos relativamente, más o menos, seguros en los espacios privados con seguridad privada. Ante esto la indignación colectiva va creciendo. Sin autoridad efectiva cualquier chispa enciende la indignación de la sociedad afectada, abrumada. Estamos juntos en la exigencia de que los responsables se pongan inmediatamente a la acción. Que no se den el lujo de no preocuparse, de no tener voluntad política para comenzar, digo bien, a solucionar esa gran inseguridad que deja un sentimiento de vacío de autoridad, de indefensión frente a delincuentes que parecen más eficientes en lograr sus objetivos que el Estado en proteger a los ciudadanos. No es un reclamo de buena voluntad, es un derecho y una exigencia. Es tiempo de movimientos sociales mundiales y defensivos. Sabemos que nuestra vida y la de la gente que queremos podría estar pendiendo de un hilo. Temor tan impresionante como la capacidad de la delincuencia para transgredir nuestros derechos y garantías. Tenemos ese descontento, ese cuestionamiento que va hacia la deslegitimación. Que el gobierno y los políticos lo entiendan y se pongan de acuerdo. El desafío es enorme, alto a los asaltos, al sicariato, a los cupos, a los robos grandes y pequeños. Alto a la inseguridad vial, a los accidentes, a la sangre que se derrama en las carreteras. Estamos perdiendo más gente que en una guerra y lo peor perdemos el espacio público nuestro por derecho. El Estado y los gobiernos solo se justifican si protegen, si no lo hacen las sociedades no tienen por qué sostenerlos. Que lo recuerden.