NI DISOLVER
NI VACAR
Mi columna Hoja de Tiempo en Correo el 23. 09. 2017
El cinco de abril de 1992 Alberto
Fujimori rompió la constitucionalidad y disolvió el Congreso bicameral además
de intervenir el Poder Judicial. Concentró todo el poder y el impacto de este extremo
gesto político se reflejó durante la década en arbitrariedad y excesos con un régimen
que se legitimó con el llamado Congreso Constituyente Democrático y con una nueva
Constitución. Pero ningún peruano de bien quisiera que lo sucedido se repitiera
en nuestro país.
25 años después es el
Presidente del Congreso, Luis Galarreta, perteneciente a la bancada fujimorista
el que llama a no permitir ni tolerar golpes de Estado. Y a fortalecer el control político y la
fiscalización que Alberto Fujimori no quiso aceptar en su momento.
Excelente discurso. Nadie podría estar en contra de
que el Parlamento del actual quinquenio represente un “contrapeso político”. Paradójico
que sea un fujimorista el que lamente las interrupciones a la democracia ya
que la última de ellas estuvo a cargo del mentor de su partido. Muy bien que diga
que nunca más debemos permitir ni tolerar los golpes de Estado. Igualmente
loable resaltar la necesidad de fortalecer y consolidar las funciones de
legislar, representar y fiscalizar. Pero como bien ha dicho la flamante Primera
Ministra, Mercedes Araoz, todo el país espera que esas funciones legales y
legítimas se cumplan con responsabilidad, sin arriesgar con el dominio numérico
la estabilidad y la gobernabilidad indispensables para cumplir con los
objetivos nacionales.
El equilibrio de poderes entre el Legislativo y el
Ejecutivo es un principio democrático y una necesidad. Al parecer se estaría logrando
después de la remodelación ministerial que siguió a la caída del Gabinete
Zavala. Y este equilibrio debería ser conservado con respeto y moderación para dejar
atrás amenazas y temores de soluciones extremas como podrían ser la vacancia
presidencial o la disolución del Congreso. Ambos significan jugar con fuego.