ENTRE EL CINISMO Y LA RESPONSABILIDAD
El debate no fue excepcional. Ni Ollanta Humala es un gran orador ni Keiko Fujimori una lideresa política confiable. Hubo histrionismo y elocuencia de parte de la segunda mientras el primero se refugiaba en un discurso responsable, discreto y sin estridencias, con acento en las propuestas y en la descalificación ética.
Se dice que Fujimori tuvo un mejor desempeño oratorio que Humala que no reaccionó a las muestras de irrespeto e impertinencia. No se trataba de un espectáculo, en otros planos se encontrarán los réditos políticos. Si Ollanta quiso dejar hacer y dejar pasar la esencia nada ética de su contendora lo logró. Permitió que se vea cómo se puede hacer fácilmente de mentira verdad y falsear con desparpajo a pesar de estar en un escenario mediático seguido por millones, incluso en el extranjero.
El cinismo de Keiko Fujimori agravia el sentido moral de una población que sabe como sucedieron las cosas durante la avasalladora práctica política de su padre. Hija al fin, mostró la herencia bien asimilada, prepotente e impertinente, fue la antítesis del militar retirado que tenía al frente quien optó por la sonrisa reservada, la voz tranquila y el dejar pasar los golpes bajos. Ella cayó en la trampa, cuando creyó que Ollanta no daría batalla, confiada, se desbordó y exhibió su verdadera personalidad política, sin maquillaje, con impertinencia, insolencia y arrogancia. Como en un torneo escolar donde el que golpea como sea gana. Con la misma sonrisa cínica que caracterizó la inescrupulosidad del padre.
No hubo sinceridad en ella ni contenidos consistentes. Su mejor argumento, mencionado hasta la saciedad, descalificar a Ollanta por sus planes de gobierno. Repitió que solo tiene uno. Lo que es cierto, no caben variaciones cuando su candidatura tiene como objetivo esencial la liberación de su padre, su modelo político aunque en esta oportunidad se guardó la grosera apreciación de que lo considera el mejor gobierno de la historia.
Keiko Fujimori dijo que se enfrentó a Montesinos pero dio credibilidad a sus versiones para atacar a Humala. Evadió dar respuestas a la corrupción del fujimorismo y a las esterilizaciones forzadas. Aceptó que “La corrupción atacó fuertemente en la década de los 90”, pero no mencionó a su padre sino a terceros. Habló de su limpia trayectoria personal ocultando las investigaciones por enriquecimiento ilícito pendientes ante la Fiscalía ante la cual no se presentó apoyándose en su inmunidad-impunidad congresal. Atacó a Humala con procesos judiciales inexistentes. Habló de errores y no de delitos del gobierno de su padre, de un entorno que pretende nuevo en un 80% cuando la población solo ve las mismas caras.
De Humala podemos decir que dejó pasar las falacias, que no usó mayores argumentos éticos, que apeló a la verdad pero no desemmascaró el maquillaje ni el cinismo, que no destacó la ausencia de mea culpa de la hija del dictador. Pero sus omisiones, voluntarias o no, nos dejaron ver la amenaza y el riesgo fujimorista al desnudo, en sus formas más primarias.
Y después del debate fue el desfile mediático previsible a favor de Keiko. Todo fríamente calculado para ese sector mafioso aúpado a una candidatura que hace trizas la ética y la verdad. Quedó comprobado que KF representa lo más negativo de la política. Desde el asistencialismo despectivo hasta la inmadurez soberbia e irresponsable que no respeta formalidades ni valores. El Todo Vale elevado al altar de lo necesario y posible para defender los peores intereses organizados, los de los mafiosos.
Ollanta Humala hizo de la sencillez bandera, así sintonizó con los millones de gente sencilla que creen en él. Le faltaron frases de impacto, recursos retóricos y emocionales. Tuvo firmeza sin demasiada elocuencia. Fiel a su esencia no impostó, defendió su verdad en la lucha contra la corrupción y en la inclusión social. En sus mejores momentos dejó sin piso moral y sin respuestas a su contendora. La retrató como persona sin aplastarla con fuerza argumentativa. Es el candidato que tenemos, no se reiventó, fue auténtico. Quienes esperaban un líder avasallador se decepcionaron. Si su estrategia fue acertada lo veremos en estos días cruciales antes del domingo.
Ollanta Humala puso en vitrina la responsabilidad reservada y discreta del estadista, la precisión de las propuestas, la firmeza del compromiso anticorrupción, la sensibilidad del luchador social. Ollanta no es un líder carismático pero es un gran líder, con convicción y constancia, que mide fuerzas y es flexible para dialogar y concertar. Hoy ha logrado colocarse en ese centro político que el país necesitaba.
Muchos han hablado de un empate y los más honestos de victoria de Humala. Llama la atención que el avance del nacionalista se esté dando con firmeza a pesar de la concertación dolosa en su contra de todos los poderes fácticos, el económico, el mediático, el religioso más conservador de la Iglesia Católica y en especial el mafioso de todas las tiendas, siempre dispuesto a financiar una multimillonaria campaña para protegerse y defenderse. No queda duda que estamos ante una batalla moral y que nos corresponde ganarla por el país mejor que queremos.