ENTRE LA CORRUPCIÓN Y LA SOSPECHA
Publicado en diario Uno, el 03 01 15
La
corrupción se ha convertido en un mal ubicuo y los que la denuncian o la detectan
parecen conspiradores en busca de un culpable. O no son escuchados o son
malamente atacados. Más aún cuando las instituciones llamadas a combatirla aparecen
contaminadas con una cadena que podría llegar a los más altos niveles. Como
sucedió con el fujimorato cuando la red judicial y la misma Fiscal de la Nación
eran los capitostes encubridores de la corrupción. Guardando las distancias por
supuesto.
Como lo
acaba de decir Dilma Roussef ante su Congreso, la corrupción afecta a toda la
sociedad. Al igual que en las guerras, la población sufre los mayores daños aunque
no siempre se vea tan claro. Por eso no se combate la impunidad como debe ser y
la oleada de escándalos del 2014 lo estaría demostrando.
Cambiamos
de año pero no de escándalos. Los del 2014 se prolongan y tienen asegurada
larga vida por sus implicancias electorales. Hay resistencia del gobierno y de
los partidos que tienen a sus máximos líderes involucrados. No les importa que
la sospecha afecte ámbitos institucionales y de gobierno, que envenene la misma
democracia con calumnias, acusaciones y defensas.
No son
pocos los que piensan que la corrupción es inherente a la política peruana tal
como el escándalo y el show lo son a su difusión mediática. Si esto es así no
tendríamos salida. Vivimos de manera incompatible con la honestidad y todos los
que llegan al poder son sospechosos que activan lindando con la desvergüenza y
el delito. Por eso la política no es para la gente decente y la dejamos en
manos de los vivos capaces de todo para enriquecerse y perpetuarse en el poder.
No hace
falta remontarse demasiado para recordar que en el fujimorismo las
instituciones copadas fueron claves para que la mafia continuara su tarea de desmoralización
y destrucción de la confianza pública y de la democracia. Esa fue la fuerza maligna
que permitió la magnitud del desastre. Sabemos que muchos que tuvieron relación
con esas corruptelas hoy presumen de moralizadores cuando en su momento miraron
para otro lado. Dejar que pasen como santos predicadores de la ética contradice
el sentido elemental de justicia e impide avanzar en la lucha contra la
corrupción que estamos viviendo.
Los jóvenes que ahora están en las calles han nacido
después del 90 y pocos conocen lo que el país vivió durante el
fujimontesinismo. Toda distorsión crece al amparo de la ignorancia y de la
inercia permisiva. Debemos atacar la corrupción pero defendiendo las
instituciones y la democracia. No toda la política puede ser sucia. Nos toca
trabajar la memoria de lo que no queremos que se repita para no contribuir a
que la desconfianza lesione por igual a la política y a la democracia. No caer en la trampa que
nos ponen para volver a ser una sociedad desmoralizada y menos aún una adicta
al drama que vuelve y vuelve sin remedio.