EN
NOMBRE DE LA VERDAD
El
único límite a la libertad de expresión es la incitación a la violencia o al
delito. Límite que no aparece muy claro en los concursos cuyos protagonistas van
voluntariamente al cadalso de su intimidad por una paga. Tampoco en la
producción o la conducción que obtiene el desvelamiento público de los secretos
y miserias mejor guardados. En el mercado de los realitys shows todo puede
suceder sin responsabilidades mayores ni limitaciones aunque estemos ciertos de
que pueden incrementar la violencia por desvalorización colectiva, algo que
sucede en todo el mundo incluyendo los países europeos, cuna de la ética
occidental. Los valores se trasgreden y banalizan cotidianamente en el altar
del rating y la popularidad lo que a su vez da dinero por publicidad.
El asesinato
de Ruth Thalía Sayas, la ya tristemente célebre primera concursante de ‘El
valor de la verdad’ a manos de Bryan Romero, es la gran telenovela
periodístico-penal del momento. Su guión ha generado cientos de horas de
producción informativa, prensa escrita, radial, internet y por supuesto
televisiva. Y promete muchas horas más de truculencia, detalles morbosos,
testimonios, histeria, recriminaciones y vendettas periodísticas en una saga
que el morbo alienta a reproducir. No será la primera ni la última tragedia que
desencadena una dinámica negativa pero sumamente rentable.
¿Dónde
está la ética de medios y periodistas que pueda poner límites a los contenidos
que consumimos? ¿Existe autorregulación de medios de comunicación y de periodistas?
‘El
valor de la verdad’ es un programa más entre varios que no son inocuos. La exposición
de las miserias de la gente junto a la permanente y sistemática crónica roja crea
un microclima que da lugar al comentario y al chisme y lamentablemente puede resultar
modélico para espectadores jóvenes y menores que pueden no analizar
correctamente los mensajes de este tipo de programación que en el Perú ya ha
desencadenado el asesinato de una mujer. Estamos hablando de valores y de ejemplos
en un país en que el machismo malamente extendido provoca perversiones y
delitos como el feminicidio.
Es el momento
de hablar claro respecto de la responsabilidad de los medios, de los
periodistas y del público en general. Todos aceptan estos productos y se
felicitan por su rentabilidad sin detenerse a pensar en el daño colectivo ni en
la violencia que pueden estimular. No cabe rasgarse las vestiduras cuando algo
terrible sucede y después mirar a otro lado. Bien ha señalado Gonzalo Portocarrero que este tipo de programas televisivos produce en el público un gozo fuera de toda ley y
moral. “Un gozo que envilece, que en vez de enriquecer a la persona la degrada.
Que implica siempre algún tipo de desconocimiento y desprecio por las
particularidades del otro. Se trata de una burla sobre la desgracia ajena que
impide el desarrollo humano auténtico”.
Valiente comentario y muy valioso por lo inusual. Pocas
veces se critica a los medios de comunicación y a la prensa por sus excesos y
nunca cabe esperar de ellos un mea culpa por los contenidos negativos que se
lanzan a la sociedad. Tampoco de la sociedad. Nadie hace un mea culpa por
alentar estos formatos que estimulan lo peor en las personas, la maledicencia,
el chisme, la vulgaridad que linda con lo delictivo y siempre con lo inmoral.
Y si algo puede extraerse de positivo en este penoso crimen
es que también ha producido algún rechazo hacia quienes lucran con la situación
creada. Libertad no es libertinaje. Si los medios no desean que se les imponga
alguna regulación es necesario que se autorregulen para que logren el
equilibrio entre rentabilidad y calidad en los contenidos televisivos. No hay
que olvidar que el periodismo y los medios trabajan con la confianza de la
gente y la pueden perder. Su mayor capital es la credibilidad y para mantenerla
deben ofrecer la mayor calidad. El Defensor del Lector, del oyente o del televidente
es una institución que funciona muy bien en otros países y que debería ingresar
pronto al debate nacional en su calidad de bisagra entre el medio de
comunicación y su público, cada vez más necesaria. Seguiremos.
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