miércoles, 8 de febrero de 2017



¿CORRUPCIÓN 
EN LA PRENSA?


Publicado en la revista VELAVERDE el 6 de febrero 2017

El país se hunde en el fango de los pavorosos huaicos que asolan inmensas quebradas donde los ríos de agua limpia son reemplazados por infernales caídas de lodo y piedra dejando a su paso tristeza y desolación. Pero también se hunde en la pobreza moral cuando el fango de la corrupción amenaza a la clase política, empresarial y hasta a los mejores representantes de la prensa. A periodistas acreditados que lograron ubicarse en la cumbre de la información y de la opinología.

Estamos a la espera de los desenlaces, en silencio porque nos da miedo adelantar opiniones y menos aún nombres. El ambiente se ha llenado de chismes, de oscuridades y de amenazas. Pero cuando el mundo de la información y de la prensa forma parte de esta bruma todos nos preocupamos.

Muchos se refieren a la prensa como el cuarto poder que nació para hacer contrapeso a los otros poderes, el que fiscaliza a nombre de la sociedad, el que vela por la transparencia poniendo luces donde los intereses ocultos quieren sombras. Pocos aceptan que frente al gran poder político y económico se levanta el gran poder mediático disputando influencia a los elegidos en las urnas, poniendo temas y autoridades al más alto nivel. No es el cuarto poder, muchas veces es el primero.

Si los medios representan en sí mismos un gran poder a nadie extraña que mantengan relaciones especiales con el poder económico y el poder político. Lo que no es posible es que formen parte de las mismas huestes que deben fiscalizar, que sacrifiquen independencia e imparcialidad en el altar de dineros mal habidos o de influencias fáciles. Que los grandes reportajes o las grandes primicias, destapes, titulares se deban no a la misión de informar sino a los cheques que puedan recibir para hacer de sus crónicas o entrevistas el elogio de los que pagan.

Respetamos a los comunicadores institucionales, los que asesoran altos funcionarios e instituciones. Pueden laborar para bancos, empresas nacionales o transnacionales, ministerios y demás pero debemos saber de dónde proviene la información que proveen, que a todas luces es de parte y defiende determinados intereses que siendo legítimos pueden no ser los de la sociedad.

Tampoco son independientes los que se rinden a conferencias muy bien pagadas o a cursos y viajes nacionales o internacionales. Son formas que cruzan la delgada línea entre la seducción y el soborno. Quienes hacen propaganda no pueden opinar como si no tuvieran nada que ver con los beneficiarios de sus crónicas.

La paradoja es que uno de los grandes frenos de la corrupción ha sido siempre la prensa libre, éticamente empoderada para detectar delincuentes y descubrir falsos valores e impostores. Y si la prensa se ve involucrada con la espesa red de intereses políticos y económicos afectados por la corrupción de las constructoras brasileñas habríamos perdido como sociedad en nuestro derecho a la información y en la confianza en los mediadores que son los políticos y los periodistas.

Necesitamos de la prensa libre, ética, principista, lúcida, culta, eficaz, independiente. Que nos permita creer en la libertad, la democracia, la decencia posibles. En su lugar nos están acechando los viejos fantasmas, las sombras siniestras que el montesinismo nos dejó en la retina y en el corazón.

Lo terrible es que creímos que dejábamos esa pesadilla atrás, que las conciencias de prensa no estaban más en venta, que las líneas editoriales podían responder a los intereses nacionales y no a pagos bajo la mesa. Y es aún más peligroso pues toca a quienes pregonaron valores y decencia después del fujimorismo que, sin embargo, han cedido a ambiciones personales y de grupo dejando desprotegida a la sociedad.

El fariseísmo descubre su rostro en las serviciales ruedas de prensa, en las arregladas comparecencias públicas, en los insulsos debates electorales con maquillados políticos que no tienen al frente periodistas desde la libertad sino a sicarios desde la coima o el soborno.

No solo está la corrupción también el terrorismo, el narcotráfico, la xenofobia y los populismos que amenazan el derecho a la información y las libertades de expresión y de prensa. Conscientes de ello no es posible ni correcto caer en el desprestigio gratuito ni en la descalificación genérica abusiva. Destruir prestigios y credibilidades de periodistas y medios puede ser un arma de la misma corrupción. La línea es difícil de definir y fácil de cruzar, delicada porque pueden generarse escándalos que destruyen personajes importantes para la conciencia colectiva.

Para enfrentar este inmenso desafío, es indispensable la independencia, la autonomía y la valentía de quienes deben enfrentar y arriesgarse ante amenazas que proliferan. Así como jueces y fiscales son amedrentados por la corrupción los periodistas también encuentran amenazas a su integridad y a sus familias.

Enormes dificultades surgen para cumplir la misión informativa con rigor, la profesión está plagada de riesgos invisibles que demandan gran valentía personal para denunciar lacras. El periodismo corajudo y de calidad puede tener un costo muy alto, muchas veces ignorado, cabalmente representado en nuestros ocho mártires de Uchuraccay que en enero de 1983 ofrendaron sus vidas en la búsqueda de la verdad con la pasión e integridad que hoy es legado esencial.   

Alan Rusbridger, ex director del paradigmático The Guardian  dejó una frase que es norma básica del buen periodismo: “No nos dejaremos intimidar y seguiremos actuando de manera responsable”. Una responsabilidad que incluye la transparencia de la propiedad mediática y el acceso equitativo a las TICS con gobiernos que defiendan la honestidad como el acceso a la verdad. En este espacio nos encontramos todos.


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