LA VENGANZA PERSONAL
COMO POLITICA
Lo que está sucediendo con Marisol Espinoza pinta un
estilo deleznable de hacer política. Tratar al adversario como enemigo y buscar
su liquidación como personaje cerrándole todas sus posibilidades. Espinoza fue elegida
en la plancha presidencial de Ollanta Humala por Gana Perú y por ello ostenta
una legitimidad indiscutible de origen, al igual que Omar Chehade. Ambos
recibieron los mismos votos que a Humala lo hicieron mandatario. Chehade ha
sido escudero de Espinoza ante los sucesivos agravios y desaires inferidos durante
cuatro años con la clara voluntad de limitar su notoriedad y los cargos a los que
pudo acceder. Fuera por envidia o por competencia malsana, los vacíos que dejó Espinoza,
de lo que pudo ser y no fue, despejaron el camino a Nadine Heredia para que tanto
en el partido de gobierno como irregularmente en el gobierno mismo asumiera la
conducción. Marisol pagó el costo del poder que no ejerció y el país paga las
consecuencias de que lo ejerza la mujer del presidente, sin votos de por medio.
Tarde, pero no demasiado, renunció al partido que la
ascendió y que la maltrató. Ahora en acto inadmisible pretenden desconocer dicha
renuncia para impedirle que postule por otro partido. Sería risible si no fuera
indignante. Absurdamente el personero legal, Marco Barboza, del Partido
Nacionalista, la ha demandado con el fin de inhabilitarla para participar en
las elecciones de abril 2016 para lo cual exige la exhibición de originales que
bien sabe fueron prepotentemente destruidos.
Felizmente el Jurado Nacional de
Elecciones ya ha reconocido dicha renuncia mediante certificado del jefe del
Registros de Organizaciones Políticas. Espinoza ya no milita en el nacionalismo
desde el 8 de setiembre. Y no hay más que decir. Es público y notorio que ha mantenido
su decisión de alejarse de una
organización cuya dirigente máxima le miente al país durante cuatro meses y sin
rubores rectifica la mentira.
Finalmente, si el notable personaje de apellido Barboza
es o no representante del Partido Nacionalista queda para la anécdota de un
partido que, dirigido por una dupla con exigua legitimidad, exhibe poca responsabilidad
y nada de sentido común. Y lo hace dentro de una amalgama de inmadurez y
sentimientos primarios sin lugar dentro de la ética política.
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