CONTRA TODA CORRUPCION
A Gustavo Mohme Llona,
en el undécimo aniversario
de su desaparición
La campaña del miedo tiene sus límites. Ya instalados en la segunda vuelta los sicosociales de inspiración montesinista comienzan a funcionar. El talento del Asesor sigue actuante aunque no con los efectos letales de los tiempos en que cogobernaba con Alberto Fujimori. Y es que los ojos y los oídos de las mayorías ciudadanas están abiertos y comparten certezas. La principal es que NO deseamos un retorno al fujimorismo de los noventa. La segunda es que hay un gran NO a la corrupción que lamentablemente ha echado raíces y no ha desaparecido desde esos tiempos hasta ahora.
La preocupación por el modelo económico, siendo muy válida, es relativa pues como sabemos gran parte de las definiciones económicas, en tiempos de globalización, no corresponden a los Estados Nacionales al ser insoslayablemente impuestas por los grandes centros de poder económico sin que los gobernantes tengan mucho margen de maniobra. Lo han demostrado los exitosos gobiernos social democratas del continente que como Lula, Bachelet, Lagos y otros, colocaron funcionarios liberales en las instancias que manejan la economía. Pero donde si es posible actuar con energía es en el campo ético, en la lucha contra la delincuencia común y en especial contra la de cuello y corbata, la de los lobbys y las comisiones, la que comparte decisiones aupada a los más altos niveles sociales y políticos, la aristocracia del trago fino y los restaurantes cinco estrellas, la de la sonrisa amable y el millonario regalo oportuno.
Si Ollanta Humala quiere una gran transformación debe hacerla, como prometido, basada esencialmente en valores y contra la corrupción. No hay otro campo en dónde seamos más frágiles y en donde el daño es más cuantioso e irreversible. Aquel en donde los esfuerzos colectivos se diluyen, donde las ganancias van a parar a los bolsillos de unos pocos con cuentas en dólares en el exterior. Donde pululan los beneficiarios que no se amedrentan por las amenazas de cárcel pues pasan un tiempo en ellas y después disfrutan de lo robado. Por eso hay tantos a la espera de una generosa y oportuna amnistía. Por eso en San Jorge aportan con corazón y alegría grandes bolsas para la campaña fujimorista. Saben que la oportunidad es única, como nunca antes la pensaron.
La Revolución de Valores, la Revolución Ética comienza por la redistribución equitativa para iniciar el cambio social y profundizarlo pero no termina ahí. Disminuir la dramática pobreza extrema es un primer paso obligatorio para responder a la indignación y a la rabia de las mayorías pero debe continuar con el trato equilibrado a la inversión nacional y extranjera, convenciéndola sin desalentarla. Para que las grandes empresas transnacionales que traen capital compartan utilidades en beneficio de la estabilidad, de la democracia y la paz social. Es esa la inversión autodefensiva, la del capital humano, la de la responsabilidad social tan de moda en otros países cuyo éxito se puede reeditar en el Perú sin traumas ni imposiciones antidemocráticas.
Y sigue por desterrar las gigantescas coimas que malos funcionarios aplican en los contratos para su beneficio, por exterminar las redes que llevan a compartir las utilidades con la corrupción dejando al país con muy poco o casi nada, por advertir a los habituados a la deshonestidad que la permisividad se acabó y que las corruptelas tendrán severísimas sanciones.
El gran beneficio de esa transformación será que visiblemente saldremos de la pobreza tomando como bandera la honradez, la solidaridad y la equidad en el camino a la justicia social y el bienestar. Daremos así una instrucción moral a la nación, a nuestros jóvenes que en el futuro cercano tendrán mayor confianza en autoridades y en políticos como exige la política en democracia.
Conocemos, las hemos denunciado, a autoridades corruptas que creen que el patrimonio del Estado es una arca abierta en la cual todos meten la mano cuando tienen la oportunidad. Aprovechando la función pública en beneficio particular, postergando el desarrollo de los pueblos, cargando a la comunidad con costos injustos, destruyendo la competencia comercial, desacreditando moralmente a funcionarios y trabajadores. Generando un sentimiento de rabia que no sólo altera la paz, que puede llevar al derramamiento de sangre, al violento levantamiento de los que no tienen nada que perder como está sucediendo ahora en el mundo árabe.
Las dos décadas de guerra interna que sufrió el Perú debieron dejar lecciones de equidad y solidaridad como parte de un pensamiento y una práctica autodefensiva y de profundización democrática, a sabiendas que no hay progreso ni desarrollo sin justicia social. Como bien lo dijo el primer ministro laborista Gordon Brown: “La justicia social es ahora necesaria para la eficiencia económica". Esta frase encierra el espíritu de un nuevo progresismo que marca la manera de enfrentar los dilemas en el mundo moderno.
Y una de las maneras es potenciar los recursos morales que tenemos. En primer lugar alentar nuestras autoridades anticorrupción, procuradores, fiscales y jueces que han demostrado estar a la altura de su misión. Tenemos un excelente instrumento en el Nuevo Código Procesal Penal, rápido y efectivo. Esperamos que el nuevo gobierno estimule esta maquinaria, que se apliquen los plazos más cortos posibles, que se detecte la participación de los actores: la de la autoridad corrupta que por su posición de poder ofrece algo valioso y la del corruptor dispuesto a pagar cuantiosos sobornos para obtenerlo.
Así lo explica Ollanta Humala y entendemos que al hacerlo instale el miedo en corruptos y corruptores. Lo aplaudimos. La gran transformación sólo se dará sin corrupción. A despecho de los grandes enemigos que ya están gastando todo lo posible en una campaña que en las seis semanas que faltan tratará de demolerlo. Y es así porque las mafias harán lo imposible para evitar su llegada. La campaña más que ideológica se da entre la decencia y la indecencia.
Muchos medios de comunicación se rasgan las vestiduras temiendo por la libertad de prensa, sin recordar la que perdimos en los noventa en algunos casos por chantaje económico y en otros por compra directa y sin intermediarios. Vendieron conciencias y líneas editoriales, se entregaron a quienes persiguieron a los decentes, no toleraron a los independientes, difamaron y amedrentaron a su gusto.
Estuvimos en el pequeño grupo de políticos y periodistas que durante ocho años increpamos verdades y atacamos, desde la ética, violaciones de derechos humanos, asesinatos e inmensos latrocinios. Porque conocemos y padecimos el entorno fujimorista estamos en contra de su retorno y a favor de la urgente revolución de los valores. Aquella por la que combatió Gustavo Mohme Llona, valiente director del diario La República, lamentablemente desaparecido hace once años. Por esa revolución ética que defendió con alma, corazón y vida, seguimos en la trinchera.