CAMBIO DE PIEL
En San Francisco desperté de un sueño y tuve la sensación de que el Perú está ante un cambio de piel. Como los animales que para preservarse se despojan de su antigua cubierta y es como si nacieran nuevamente. No se si estar fuera presta una mayor lucidez respecto de lo que sucede en tu comunidad local, donde la tentación de pensar el mundo mirándonos el ombligo es mayor.
Estamos ante acontecimientos que están cambiando el mundo como lo fueron la caída del muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 o el estallido de las Torres el 11 de setiembre del 2001. O más en profundidad la revolución francesa o la norteamericana que iniciaron un verdadero cambio de ideas. La consolidación de la democracia y el estado de derecho que son el paradigma contemporáneo no necesitaban ni el despliegue del terrorismo ni el desastre nuclear pero si algo como la revolución árabe con el fin de las dictaduras de Túnez y Egipto y la larga rebeldía libia, algo de enormes repercusiones universales.
Necesitaba las imágenes de jóvenes flamígeros, internetizados y de mujeres autoliberadas en las calles y en las plazas, sin pancartas ni ideologías afirmando su apetito de igualdad, de dignidad, de libertad y de oportunidades. El nuevo credo político no tiene colores, aún en pleno despliegue, se caracteriza por reclamos básicos como el rechazo al abuso y a la prepotencia de quienes se creen dueños del poder y la exigencia de la transparencia contra toda corrupción.
El tsunami del pasado 11 de marzo y lo peor el accidente nuclear de Fukushima globaliza temores y deja atrás la modernidad que la bomba atómica representó. Japón, para muchos paradigmático del progreso, es hoy un país digno pero no confiable. No es el mundo mejor en que creían muchos fanáticos del capitalismo ultratecnologizado. Le esperan años muy duros.
Occidente ha sufrido duro golpe en su autoestima redentora y mesiánica al abandonar a los libios durante demasiado tiempo al bárbaro Gadafi. Europa y EEUU a través de la ONU decidieron finalmente una intervención humanitaria pero caminando lentos y demasiados cautos, inseguros de que el pueblo libio organizado en rebeldía pueda serlo también para encontrar su nuevo destino democrático sin ceder al fanatismo islamista.
Graves acontecimientos nos rodean y la sociedad peruana pone lo suyo. Reacciona a una coyuntura electoral atípica evidenciando inseguridades y fragilidades, denunciando a políticos que no convencen, que actúan en un todos contra todos, sin certezas democráticas, con ideologías que van dejando en el desván. El pueblo recuperando cierta rabia ancestral puede apostar a ciegas aún sin estar convencida.
Y aunque pocos quieran aceptarlo la corrupción es el detonante de la rabia que puede ser autodestructiva. El espectáculo de videos montado por Montesinos a la manera de una gran vitrina que exhibe los precios de políticos y medios de comunicación, fue un enorme golpe a la moral colectiva. Mostró el individualismo inescrupuloso del mercado político donde todos apuestan a ganar sin importar cómo.
La corrupción actual mantiene activa y vigente esa moral para ese mercado. El vaso de la indignación va llenándose gradual pero fatalmente y el ascenso de Ollanta Humala lo grafica. El antisistema o la implosión es una opción en las mentes saturadas, molestas, rabiosas y vengativas de quienes ven el progreso lejano y selectivo, que toca a muy pocos. La misma rabia de los jóvenes de la Plaza Tahir, conectados por Facebook o por Twitter, informados por la Internet de otros horizontes, de otras realidades progresistas para muchos. Todos quieren estar sentados a la mesa aunque para ello primero se obliguen a dinamitar el entorno.
La rebelión en el mundo árabe y el accidente nuclear en Japón aseguran una nueva época mundial. ¿Las elecciones del 2011 representarán un punto de inflexión para el Perú?. Reflexión y pregunta que no por gusto vienen a casi dos décadas del siniestro autogolpe del 5 de abril de 1992, propicio para recordar lo que representa el fantasma de la dictadura y del fujimorismo.
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