ESCLAVITUD
SIGLO XXI
En Político.pe del 30 de junio 2017
Como si
no tuviéramos suficiente con la crisis de confianza desatada por los audios que
lesionan fuertemente autoridades y gobierno, conocemos los detalles de la lamentable
tragedia del incendio de la galería
Nicolini. Y son circunstancias que colocan al Perú en un escenario medieval
de explotación del ser humano justo cuando se pretende que estamos a las puertas de ingresar a la OCDE, el gran club
de los países desarrollados del siglo XXI.
Las siete plagas de Egipto han caído sobre nosotros y nos interpelan como nación que se pretende democrática regida por un Estado de Derecho que tiene en la trastienda y de la manera más oculta la violación total de los valores y los principios que rigen a toda sociedad que avanza hacia el bienestar y el progreso. El respeto a la vida y la búsqueda de la seguridad son la única justificación para obedecer leyes, organizarnos en un Estado y apoyar a nuestras autoridades elegidas por sufragio popular.
Lo sucedido afecta absolutamente nuestra proclamada calidad de sociedad avanzada y progresista. Dos jóvenes han muerto calcinados en una trampa que solo podríamos encontrar en sociedades bárbaras. Encerrarlos durante doce horas como animales para producir, sin derechos ni libertades fundamentales, no es una trasgresión a una ley, es un crimen alevoso que nos retrotrae a las épocas más salvajes del capitalismo donde la ambición por la ganancia descartaba todo prurito de humanidad y legalidad.
¿Es este
el alto precio que estamos pagando por la informalidad y la corrupción? El todo
vale que la prensa denuncia en voz alta, señalando responsabilidades de autoridades
que no se sienten parte del drama. Ni el alcalde de Lima ni los ministros cuestionados
parecen convencidos de poder superar las condiciones de lo sucedido, lo
ineluctable flota en el ambiente como amenaza y aceptación de nuestras
debilidades y vulnerabilidades. Y si agregamos el acomodo y la impunidad tenemos
el cuadro de una sociedad en involución ética, que convive con la barbarie y la
insensibilidad aceptando bolsones donde no funcionan ni leyes, ni instituciones
ni gobierno.
Un drama nacional de terribles consecuencias aunque no haya responsables políticos ni institucionales. Por mucho menos los Estados llegan a ser considerados fallidos.
Necesitamos
extraer lecciones de tan grave experiencia para lograr evitar cumbres de horror,
para no descartarlas como mensajes que no llegan. Que la opinión pública exija a
gritos no garantiza nada, ni mejorar
gestiones ni impulsar cambios normativos, administrativos o de educación para
que lo vivido no se repita. La fiscalización se predica pero no se aplica y por
las omisiones nadie responde.
La
desgracia ha permitido detectar establecimientos ostensiblemente inseguros, propicios
para que este tipo de tragedias se repitan en otras galerías del centro o en el
centro empresarial Gamarra, a pocas cuadras de los palacios Ejecutivo y Legislativo.
No hablamos de sitios lejanos e inhóspitos sino de la capital del país donde
debería darse un nivel mínimo de seguridad y respeto a la vida.
En las
antípodas del progreso que se nos promete nos damos de bruces con la esclavitud
del siglo XXI, con el desprecio al ser humano y de ello gritan las cenizas de
dos jóvenes que trabajaban por tres dólares diarios y la única libertad que
tenían era la de morir calcinados. ¿Nadie escucha?
Tiempos
de aceptación o de indiferencia resignada son tiempos de oscuridad donde los fantasmas y los miedos gobiernan
la imaginación y avanza la desconfianza que impide la solidaridad y todo
proyecto de bienestar común. ¿Así estamos?
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