LA GUERRA DE TRUMP
CONTRA LA PRENSA
Publicado en la revista Vela Verde del 20 02 17
Donald Trump tiene una relación difícil con los
medios. Los critica un día sí y otro también. El líder máximo del país del liberalismo
no está para nada feliz con la libertad de prensa. No le gusta que no repitan
su verdad, no quiere críticas ni versiones alternativas. Es exigente con su
propio dogma, el del triunfo completo con base en el dinero que le ha permitido
hacer el camino a la casa blanca como quien escala una cumbre. Que alguien no
lo reconozca lo pone mal. Y por ello considera a los medios tergiversadores o
deshonestos. Pero se cuida de proporcionarles noticias y debates bien
aderezados de sensacionalismo.
Los medios de comunicación están descolocados,
obligados a preguntarse si ayudaron con su crítica y su responsabilidad a
victimizar a Trump para que se convirtiera en ganador. ¿Cuántas horas de televisión
gratuita le concedieron en el afán que el elector viera el peligro que
representaba, banalizando sus propuestas o levantando sus aspectos de personaje
más pintoresco que positivo. Lo
beneficiaron con el escándalo permanente. La prensa pudo pecar de excesiva o de
cándida pero siempre confió en su poder para exponer razones y orientar al ciudadano
denunciando el peligro de un presidente grosero, nacionalista y xenófobo.
Finalmente resultó un juego perverso en el que el elector votó por reacción a
las razones, más conectado con las emociones primarias que le inspiraba el
candidato permanentemente atacado.
PUGNA PERVERSA
Así sostuvo su campaña y así comenzó su mandato enfrentado
al llamado cuarto poder, muchas veces el primero, acostumbrado incluso a
dominar gobiernos. El poder político hoy se juega en el terreno de la
información por eso hay políticos que hacen prensa y periodistas que hacen
política. La comunicación da poder y distribuye poder.
Pero con Trump esta pugna tiene aristas perversas,
estamos ante un gobernante con claros antecedentes de intolerancia, antes de
ser presidente ya había amenazado a varios medios con demandas por difamación. Por
eso el Comité para la Protección de los Periodistas considera que su gobierno
encarna un peligro “sin precedentes” para la libertad de prensa por su
“traición a los valores de la libertad de expresión”.
Ya en su primera comparecencia pública como presidente de Estados Unidos, en la sede de la CIA, otro símbolo de poder, acusó a los medios de haber mentido sobre la asistencia a la jornada inaugural. "Estoy con vosotros en un 1.000%. El motivo por el que sois mi primera visita es que estoy embarcado en una guerra con los medios. Están entre los seres humanos más deshonestos de la tierra".
En esta
misma línea de confrontación el portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, advirtió
que los periodistas "rendirán
cuentas" por la manipulación intencionada de la cifra de asistentes a
la investidura presidencial. La actitud oficial es de exigir explicaciones a
los periodistas y no darlas. Y sucedió en la misma sala de prensa en la que
Barack Obama se despidió con una defensa encendida de la libertad de prensa y
del derecho de los periodistas a pedir cuentas al poder.
Donald Trump trae
un estilo grosero para mentir y avasallar al discrepante. Quiere imponerse por
el miedo e incitar a la autocensura para que no lo critiquen.
Están en problemas
la libertad de prensa y el derecho a la información. Por tanto no incumbe solo
a los periodistas, son los ciudadanos los afectados. Tanto el periodista como
el político son mediadores que junto al ciudadano deben defender sus derechos y
ejercer la resistencia civil.
Pero Trump se ríe de estos asertos
porque pretende defender al ciudadano al estar contra los medios, una
treta efectiva que se basa en el rechazo que puede sentir el ciudadano por los
excesos de la prensa, aprovecha del descrédito agravado en estos años de
crisis.
HEGEMONIA E
IMPUNIDAD
En realidad
lo que quiere y está logrando es imponerse sobre los medios para buscar la
hegemonía y la impunidad, protegiéndose de informaciones peligrosas. El
Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación quiere profundizar en
los negocios de Trump, con un
escrutinio similar al de los 'papeles de Panamá'. Avizoran que ahí podría estar
su talón de Aquiles.
Los
principales editores de 'The New Yorker', 'Slate', 'The Huffington Post' y la
cadena Univisión debatieron en Nueva York, moderados por Brian Stelter de la CNN,
sobre este desafío. Que la CNN se haya convertido en enemigo de la Casa Blanca es
una ironía. Pero el público que votó a Trump
no lee los medios serios que considera liberales y elitistas. Son más tributarios
de Fox News y de las publicaciones amarillentas de Rupert Murdoch el magnate
mediático que sustentó al Tea Party, la facción republicana ultraconservadora
que agita el odio como una mercancía informativa. La batalla se dará en las
cadenas de clásicas, ABC, CBS y NBC, y en sus filiales locales para llegar al
gran público con la información y la opinión.
Para Trump los medios son la oposición política. Les aplica la demagogia, el nacionalismo, los
ataques exacerbados y el odio que tienen éxito en distintas partes del mundo
donde la democracia liberal está puesta a prueba frente al extremismo populista
que, de derecha o de izquierda, se caracteriza por amenazar la libertad de
expresión y la libertad de prensa. Sus ataques buscan destruir la credibilidad para
dejar espacio a los medios que pueda controlar y que lo apoyan sin exigencias.
El director de The Washington Post, Martin
Baron, detalló los improperios que Trump les había dirigido sistemáticamente: “Asquerosos”, “escoria”, “la forma más baja de
vida”, “enemigos”, “basura”. A El País lo llamó “Máquina de Fango”. Trump
sobrevivió así al escándalo de sus agresiones sexuales a las mujeres y ha evitado presentar la
declaración de impuestos que la prensa reclama. Denuestos especialmente útiles
para eludir la explicación de sus fuentes de financiación.
Trump juega al desprestigio de la prensa sabiendo que
hay un rechazo de base que se ha ganado por su cercanía al poder, su parcialidad,
su manipulación y arrogancia, su rechazo a una regulación básica que permita un
ejercicio equilibrado del poder mediático. Algo evidente en plena avalancha
digital que trae nuevos medios y nuevos receptores con posibilidad de crear y
responder contenidos propios.
El desafío digital puede fortalecer la prensa
tradicional o debilitarla según la opción de los propietarios de los medios. Se
hacen más frágiles si deciden continuar subordinados al poder político o
económico cuando lo que se requiere es una prensa independiente y fuerte que
gane nuevamente la confianza de los usuarios.
Antonio Caño, director de El País, es fuertemente
autocrítico sobre los errores de los periódicos. “Exageraciones, inexactitudes, frivolidades, omisiones, descuidos…
están a la orden del día en una profesión que, además, ahora se ve obligada a
trabajar en peores condiciones laborales. Pero todos los defectos imaginables
no son suficientes para olvidar la decisiva función de vigilancia que los
periódicos cumplen en una sociedad democrática. Sin ellos, simplemente
estaríamos a merced de los embusteros y los manipuladores”.
PRESERVAR LA DEMOCRACIA
En esta guerra se trata de preservar los valores democráticos
más allá de la orientación ideológica, de los intereses o del modelo económico
que ciertamente defienden los medios. Hablamos de pluralidad pero también de
transparencia. Si los medios quieren afianzar su credibilidad deben respetar el
derecho a la información y los códigos éticos que asuman.
Mucho cuidado con Donald Trump, no es una golondrina
de verano. Tendrá imitadores en todos los países como signo de una época en la que
los populismos y ultranacionalismos son una respuesta a la globalización que
deja muchos perdedores que exigen respuestas diferentes. Ya se anuncian problemas
en las elecciones presidenciales en Austria y Francia.
Y es que los candidatos antisistema en Europa y
EE UU avanzan sobre el fracaso de las promesas de seguridad y prosperidad así
como de la incapacidad de contener la corrupción. Lo sabemos bien en el Perú
donde el rechazo a las élites y al sistema prospera rápidamente sin importar
que sea el mayor factor de desarrollo del populismo. La gente reprocha a las élites de estar al
servicio de sí mismas, y no del pueblo. Crítica esencial cuando las personas elegidas
democráticamente defienden sus bolsillos
y no el interés general.
Mientras tanto proliferan los comentarios procaces, la
adoración del dinero y el desprecio a los que no lo tienen. La prensa no puede
dejar de repercutirlos. Es una trampa que el francés Bernard-Henri Lévy grafica
brillantemente “Los insultos en boca de
este multimillonario artista de la estafa, con varias quiebras en su haber y
posibles vínculos con la mafia, se han vuelto la síntesis del Credo Americano;
comida basura para la mente, llena de ideas grasosas que tapan los sabores
cosmopolitas, más sutiles, de la infinidad de tradiciones que compusieron el
gran idilio estadounidense”. No hay más.
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