LA IMPUNIDAD JUDICIAL
En Político.pe el 25 de agosto 2018
Los audios de la vergüenza nos tienen enfermos. La justicia imposible, la
que se vende y solo funciona para la gente con dinero para comprarla se une a
la representación política que también depende del dinero para las campañas que
la hacen posible. En nuestro país todo se ha mercantilizado y quienes se llenan
la boca hablando de democracia representativa y de justicia para todos saben
que están hablando de falsedades.
Felizmente la sociedad peruana tiene un lado sano que ha permitido constatar
esa corrupción que sabíamos que existía soterrada pero actuante. Gracias a esta
avalancha de mugre tenemos por delante una misión de higiene esencial. Gracias
al fiscal y al juez que autorizaron las interferencias telefónicas podemos
intentar salvar instituciones como el Poder Judicial y el Consejo Nacional de
la Magistratura. Pero el saneamiento se dará a contracorriente de la gente que
vive y se alimenta de esa corrupción interna, del núcleo supérstite que en cada
proceso presiona por los pagos para conceder lo que corresponde por derecho y se
les niega.
La justicia está lejos de ser imparcial, rápida y de bajo costo o gratuita.
Nada ni nadie garantiza que sea así. En muchos casos las sentencias son
dictadas contra ley, prescindiendo de los hechos e incluso de los precedentes judiciales
comprobados. Nadie supervisa nada porque cada juez es rey en su reino. Los
magistrados hacen tabla rasa de la igualdad. Y la celeridad es un cuento chino.
Largos años de calvario para morir en la playa sino aceptas pagar bajo la mesa.
Y los magistrados no pierden su presunta dignidad en las audiencias donde se
comportan como dioses del Olimpo. La gran tarea es descartar la impunidad
judicial bajo el manto de esa majestad respetable. Solo la vigilancia y la
supervisión ciudadana institucionalizada podría dar un soplo de viento fresco
en este panorama desolador.
El Código Penal castiga el prevaricato: “El juez o el fiscal que dicta
resolución o emite dictamen, manifiestamente contrarios al texto expreso y
claro de la ley, o cita pruebas inexistentes o hechos falsos, o se apoya en
leyes supuestas o derogadas, será reprimido con pena privativa de libertad no
menos de tres ni mayor de cinco años.” (art. 418º).
Pero esta norma tan precisa nunca se aplica. Su procedimiento la convierte
en burla. Primero requiere la investigación del juez por las oficinas de
control interno donde deciden los colegas jueces amigos de los quejados, solidarios
con ellos o cercanos políticamente que ponen de manifiesto el espíritu corporativo.
Pasado este difícil y casi imposible filtro el que sigue es aún más complicado pues
la denuncia de prevaricato debe ser autorizada por el mismo Fiscal de la
Nación, según el Código Procesal Penal (art. 454º). El juez que expide
sentencias contra la ley no incurre en delitos, son simples faltas a la Ley de
la Carrera Judicial. Los procesos por prevaricato solo son autorizados contra algunos
jueces de provincias periféricas, sin influencias ni dinero suficiente, nunca
contra los peces gordos que estamos conociendo solo por los audios de la
verguenza.
Nada de esto puede verse desde las oficinas o desde los altos despachos. Es
en los pasillos donde se descargan las angustias y los dineros. Únicamente dar
la palabra a las víctimas podría develar la injusticia y la corrupción. Como
sucedió con Wikileaks que desde la denuncia, garantizada con el anonimato, pudo
cuestionar los llamados efectos colaterales, miles de muertos inocentes, de las
acciones armadas de la primera potencia mundial. Nada menos.
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