DE LA
VIGILANCIA
A LA
DENUNCIA CIUDADANA
El sistema de justicia del país exige
una reforma pero no son solo las leyes las que lo limpiarán de la corrupción.
Urge mejorar el control interno de la judicatura para fiscalizar la labor de
los magistrados a fin de responder con algo a las calles que arden en
indignación y protesta. Hay quienes creen que hay inercia o apatía ciudadana pero
pueden equivocarse. Los extremos se han alcanzado en la corrupción
institucional y pueden alcanzarse en las movilizaciones urbanas que este 19 de
julio, rememorando el paro nacional de esa fecha en 1977, alcanzaron dimensión
nacional al ser replicadas en las principales capitales del país.
Estamos ante una muy grave crisis de confianza
en gobernantes, funcionarios y representantes. La exigencia es por el cambio pero
también por la enmienda para rescatar al país de las garras de este flagelo. El
problema es de falta de legitimidad y de responsabilidad de quienes conducen el
país y la desconfianza afecta inclusive a quienes presentan proyectos
reformistas. Por eso es más que nunca importante, en esta cruzada contra la
corrupción, dar participación a la sociedad. Ya el ex ministro de Justicia,
Salvador Heresi, habló de referéndum y de la complementariedad de una
estrategia social como parte de la reforma. Podemos ir más más allá.
Realistamente, lo que puede conseguirse
ahora, bajo la presión de la opinión pública y de la prensa independiente, es
la destitución y el procesamiento de los magistrados corruptos puestos al
descubierto por los audios. Está muy bien pero podría ser solo un cambio
efímero sin garantía de que sus reemplazantes sean mejores.
No es sorpresa que altos funcionarios, magistrados y
representantes entiendan la vida en términos de prebendas y privilegios, que los
aborden como derechos adquiridos, que sigan códigos de conducta venales. Frente
a esta realidad descarnada quienes creemos en la ley y el Estado de derecho
aparecemos desvalidos, fuera de contexto y perplejos ante instituciones que han
reemplazado la ética solidaria por un corporativismo tóxico que no distingue
entre lo correcto y lo incorrecto, que ha hecho de la marginalidad y la crisis
moral una forma de vida.
Mal podríamos predicar si no estamos dispuestos a
contribuir. La sociedad debe fijarse como objetivo informar de la corrupción en
todos los ámbitos en que es posible detectarla. La delación anónima respaldada
por pruebas contundentes ha permitido revelar grandes focos de corrupción en
otros países. En el Perú cada usuario de la justicia tiene su propia historia
de decepción y de malos manejos. Por eso deberíamos concebir y aplicar el
mecanismo que le facilite denunciar a funcionarios, magistrados y
representantes que incurren en conductas inapropiadas o criminales, que sepan
que están bajo vigilancia permanente de la sociedad, que no les es más posible
ocultar delitos, hipocresías y conductas dobles. El anonimato puede garantizar
que salga a la luz esa precariedad moral de la justicia que hasta ahora permaneció
protegida por la oscuridad y el silencio.
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