Mientras
en el Perú seguimos mirándonos el ombligo con el tema del indulto a Fujimori y convertimos
en asunto de estado su necesidad de expresarse por RPP como si fuera el único tema, en el viejo continente
millones de desempleados y agraviados por la crisis salen a las calles a mostrar
su rabia, su indignación y sus temores, con manifestaciones que son la única forma
de expresar su creciente malestar y desasosiego.
Las
ciudades europeas fueron inundadas por gente protestando este 14 de noviembre, ya
conocido como el 14-N. Amplios sectores sociales que, independientemente de su
orientación política, no ven hasta ahora una alternativa clara para que sus
gobiernos recuperen el equilibrio entre
disciplina fiscal y crecimiento. De un lado están sufriendo las políticas de austeridad que ponen freno
al gasto público e imponen limitaciones al modelo social de bienestar y de otro
lado la recesión demuestra la imposibilidad de recuperar el crecimiento.
Sociedades
enteras han sido colocadas entre la espada y la pared por una crisis que no han
originado pero cuyos lamentables efectos están sufriendo. La austeridad impuesta
por Bruselas e inspirada por Alemania presiona para recortar los déficits
públicos como viene sucediendo en Grecia, España y Portugal pero no retorna el crecimiento y tampoco se gradúan los efectos del
ajuste. El gran objetivo de la consolidación fiscal se ha convertido en una repudiable
camisa de fuerza a partir del dogmatismo neoliberal siempre presente en los
altos mandos a pesar que la recesión y el pesimismo se extienden.
No lo
ven o no quieren verlo. La crisis va dejando atrás los dos grandes axiomas liberales:
la racionalidad de los mercados y la capacidad de la democracia para dar paso a
una nueva forma de gestionar que no se ha dado y que deberá darse. La protesta paneuropea es un
movimiento de solidaridad sin precedentes contra los recortes presupuestarios y
los sacrificios de las poblaciones debido a la austeridad impuesta. Es una
protesta legítima y sostenida aunque no represente aporte alguno a la salida a
la crisis.
Por sus
extraordinarias dimensiones la prensa mundial ha recogido la protesta europea
dándole la connotación de que se trata de algo más de un estado de ánimo de
rabia o indignación. Desde el New York Times pasando por Le Monde y The Guardian han reflejado
el descontento generalizado por el alto desempleo, la desaceleración del
crecimiento y el empeoramiento de las perspectivas económicas en toda Europa.
La situación es absolutamente seria y hasta grave. Estamos
ante un fracaso de la economía de mercado y ante un fracaso de los políticos
que han permitido que la economía se imponga sobre la política ahora obligada
a recuperar su autonomía frente a los mercados financieros y a poner límites a
la especulación, la volatilidad financiera y la desigualdad.
Estamos ante una crisis de confianza y ante una quiebra
moral del modelo capitalista liberal. Algo que entre nosotros todavía no se percibe
porque no nos sentimos tocados por la crisis financiera iniciada el 2008 y que
persiste. Y no estamos analizando los destrozos que va dejando en la
deslegitimación social de la economía de mercado y en la deslegitimación de los
Gobiernos, en el desprestigio de la política democrática con serios problemas de
gobernabilidad.
Afrontar la crisis mundial implica recuperar el
fundamento ético que compense esas leyes impersonales del libre mercado que
impiden juzgar los actores desde una perspectiva moral. La protesta masiva en
las ciudades europeas es una luz roja de alerta para nuestros países y para nuestros
políticos. Indica que debe existir una necesaria autonomía frente a los
mercados financieros y que la sociedad debe ser capaz de manifestar su
indignación ante las conductas lesivas pues de otra manera no habrá límites a la
economía especulativa y a la desigualdad.
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