El
discurso de Ollanta Humala ante el Congreso cumplió protocolarmente con el
requerimiento constitucional pero dejó insatisfechos a tirios y troyanos. El
derecho al agua fue celebrado como casi el único aspecto fundamental dentro de
una lista de buenas intenciones y de promesas asistencialistas, solidarias, de
buen sentido a concretarse por el Estado en beneficio de los sectores desfavorecidos
de la sociedad.
Pero
eso no es la Gran Transformación que esperaba su electorado y el país. A este
gobierno le está faltando grandes definiciones, objetivos y metas, orientaciones
políticas concretas. Desde el Ejecutivo y desde el Legislativo se requiere autoridad
para gobernar, que el pueblo vea quién toma las decisiones, quién gobierna,
cómo y para qué. La impresión del piloto automático, del desgobierno o del
pragmatismo sin norte es lesiva a la confianza en la democracia.
Desde
la rimbombancia de la Gran Transformación a la modestia de la Hoja de Ruta y a
la lista de promesas del mensaje patrio hay una distancia a ser recorrida con más
ejercicio de la política que convence y entusiasma y menos con el dejar hacer.
Le
corresponde al flamante Primer Ministro Juan Jiménez Mayor llenar vacíos y comprometerse
con determinados objetivos en su discurso de investidura ante el Congreso. Ha
puesto la mejor pica en Flandes al asumirse como el gabinete del diálogo frente
al de la imposición de Oscar Valdés. Y ha acertado al modificar la forma como el
Estado deberá hacer frente a los conflictos, el aspecto coyunturalmente más difícil.
El énfasis en el diálogo y la participación es fundamental pero deberá buscar e
institucionalizar espacios de acercamiento con los gobiernos locales y regionales,
espacios permanentes, más allá del gran paraguas que es la descentralización
como proceso inacabado y lleno de problemas.
Ollanta
no es el único gobernante elegido con un programa de izquierda que se ve
obligado a girar hacia la derecha. Lo han hecho casi todos los social
demócratas en el continente con la única excepción de Hugo Chávez cuyas
reservas petroleras le dan autonomía de vuelo. Casi todos se inician con
concesiones al neoliberalismo y a los grupos económicos, como respuesta a las
exigencias de la globalización, para luego asumir posiciones propias ubicándose
en el centro o en el centro izquierda. Es posible que Ollanta Humala esté ingresando
en este segundo año a ese proceso de reacomodo y por ello evitó en su discurso mayores
definiciones, especialmente respecto del emblemático proyecto Conga. Y si está
buscando el equilibrio para ir hacia un referente como el gobierno de Lula da
Silva deberá contar con dos alas responsables, con una izquierda y una derecha
razonables, que le den el apoyo en el momento adecuado.
La
clave para todos es hacer política con responsabilidad en democracia. Se trata
siempre de fortalecer las instituciones para que los conflictos y demás
exigencias se procesen dentro y no fuera del sistema. Que las dificultades que
en este momento tiene Humala para gobernar sin violencia ni imposiciones no sean
irresponsablemente exacerbadas con satanización o diatribas fáciles. El juego
político que usa la violencia física o verbal debe ser rechazado para todos los
sectores, incluido aquel cuya protesta es legítima. No debemos empujar a un
gobernante que puede todavía ubicarse en el centro político a los brazos de la ambiciosa
derecha cavernaria o a los del fujimorismo que ya lo está tentando con sus
cantos de sirena.
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