viernes, 22 de junio de 2012

EMERGENCIA EN LAS EMERGENCIAS



SOLDADOS DE BLANCO


Corren días de protestas y de incertidumbre. A casi un año de gobierno nacionalista el país espera definiciones en un ambiente en que proliferan conflictos socio-ambientales que deberían ser asumidos a partir de un diálogo fructífero. A ellos se agrega el peculiar batallón de soldados de blanco desfilando por la ciudad, los médicos de los hospitales de la seguridad social, Essalud, y del Ministerio de Salud, MINSA, por primera vez unidos, para exigir mayor atención a sus remuneraciones pero también al presupuesto de la salud pública, uno de los más bajos del continente, el mismo que Ollanta Humala ofreció incrementar en uno por ciento como señal de una mayor preocupación por los servicios públicos, condición que identifica a gobiernos verdaderamente progresistas y de centro izquierda.

Las demandas médicas han originado dos días de movilización. No piden nada exagerado ni excesivo, nada que no se pueda lograr a través de un crédito suplementario. Desde el nombramiento de médicos en plazas vacantes desocupadas que deben ser llenadas para atender la dramática situación de las emergencias y el avance de enfermedades como la tuberculosis cuyos programas de prevención no han funcionado. Vemos con horror cómo se multiplican casos de médicos y enfermeras contagiados de un tipo de tuberculosis con gérmenes multiresistentes que pueden llevarlos a la muerte.

Los médicos trabajan diariamente con vidas humanas, no con negocios, inmuebles o transacciones, profesiones que parecen mejor apreciadas económicamente. Los médicos dedican más de una década a su formación y perciben remuneraciones irrisorias, algunos CAS con poco más de 800 soles mensuales. Ello se suma a las condiciones de pobreza en equipamiento y medicinas para atender seres humanos que generalmente vienen de los sectores más pobres del país en especial en los centros llamados de referencia como los hospitales Loayza y Dos de Mayo.

Que un Estado maltrate a quienes cuidan la salud de la gente es la muestra extrema del desencuentro con su sociedad que asiste a esta situación alimentando descontento, protestas y rebeldías que deslegitiman a las autoridades elegidas. Los médicos tienen demandas hoy más que nunca atendibles en un país cuyos gobernantes pretenden que marchamos hacia el progreso. Su protesta es legal, legítima y fundamentada aunque no faltan quienes la satanizan como radical y extrema. Así debería serlo cuando se ponen en riesgo vidas humanas.
Lamentablemente un paro de atención médica tiene costos en pacientes pobres que dejan de ser atendidos sin embargo todo el país debería apoyar a los soldados de blanco, que gritan por mayores recursos para un sector clave en la defensa de la dignidad y de la vida como es la salud. Todo gobierno que se pretende progresista se caracteriza por la atención a los menos favorecidos y por la redistribución de la riqueza a través de los servicios públicos, indudablemente los más importantes son Salud y Educación.

Los problemas del sector salud son históricos pero que persistan y se mantengan intocados indica indiferencia e inercia social políticamente suicidas. Que el presidente Humala tome conciencia de ello, que asuma e conflicto médico con liderazgo y persuasión, que la racionalidad se imponga antes que las demandas de los médicos se exacerben y se decidan por la paralización nacional indefinida anunciada para julio, la cual sería absolutamente dramática para el país, especialmente para aquellos que votaron por Ollanta y creyeron en sus promesas.


viernes, 8 de junio de 2012

URGE CAMBIAR LA ETAPA



DE PRESIDENTES Y EXTREMISTAS
La rebelión y la insurgencia reconocida en la Constitución de 1979, por la cual juramentó el Presidente, y en la actual de 1993, están presentes en esta coyuntura contaminada con la represión y la violencia. Conga es el eje de todas las discrepancias que no solo se dan en Cajamarca, todo el país está en vilo y angustiado por los resultados de los conflictos sociales.

El diálogo de Gregorio Santos con la multitud reunida en la Plaza de Cajamarca, en términos impersonales, ha originado la gran grita mediática que el gobierno y el fiscal de la Nación no han dudado en asumir con singular rapidez y desproporción dando a Santos el mayor protagonismo político que seguramente nunca soñó.

El presidente norteño es el extremista que lidera multitudes con afanes antimineros y hace recordar, cómo no, al Ollanta Humala de 1998, insurgente, liderando a sus soldados que recorrieron perseguidos los altos territorios de Moquegua. No es el mismo caso pero similitudes existen. Felizmente para Ollanta él no tuvo al frente en ese momento a un premier como Oscar Valdés pues de seguro no sería hoy Presidente.

Ni el mejor abogado gobiernista podrá probar que en su famoso diálogo con la multitud Gregorio Santos se refirió a Ollanta Humala como el presidente que “incumple su palabra” y “no honra sus compromisos”. Usó una generalidad aplicable a casi todos los mandatarios en el continente aunque no todos lo tomarían en serio.

El calificativo de extremista es aplicado a todo reclamante a favor del medio ambiente y contra los abusos de la minería pero también a quienes impulsan la respuesta armada y abusiva para reprimir toda protesta. El desconcierto juega en pared con la indignación y la exacerba con torpezas como el encarcelamiento del alcalde de Espinar o el enjuiciamiento posible al presidente regional Santos. La imagen de un gobierno represivo que no admite razones mientras genera muertos está en las antípodas del diálogo ofrecido y esperado que como sabemos es un proceso lleno de encuentros y desencuentros, evitando incidentes que lo hagan imposible como está lamentablemente sucediendo.

Locumba liderada por Ollanta fue una rebelión contra una transición pactada sin garantías para la democracia. El presidente conectó su levantamiento con el hartazgo moral y recorrió un camino legítimo hacia el poder que hoy ostenta al que llegó con el voto antifujimorista.  Por ello resulta difícil admitir que hoy asuma posiciones que lo deslegitiman, apoyado y estimulado por los medios de una derecha que lo alienta a disparar contra quienes fueron sus votantes y aliados. La obsecuencia se paga con deslegitimación. Estamos en una vía demasiado peligrosa en la que derecha y el fujimorismo baten palmas mientras su otrora antagonista es celebrado como uno de los suyos.
Y si falta memoria estamos ante un Ollanta que también pidió la vacancia de Alan García por los dramáticos sucesos de Bagua y no por eso fue perseguido y denunciado.

Urge recuperar la perspectiva, retornar a los principios, no dejarse llevar por la violencia suicida contra un pueblo que votó por un insurgente rebelde. Que se recupere el acercamiento y el diálogo, que se descarte la mano dura, que los muertos no los cargue un presidente de raigambre y voto popular. Cambiar al premier violentista es imperativo para cambiar la etapa.