miércoles, 18 de mayo de 2011

COLUMNISTA INVITADO: NUESTRO PAÍS, NUESTRA DEMOCRACIA


BRILLANTE ANALISIS DE COYUNTURA DE JORGE SECADA KOECHLIN

Publicamos el brillante artículo de Jorge Secada Koechlin, peruano, Jefe del departamento de filosofía de la Universidad de Virginia y profesor visitante de la Universidad Jesuita Antonio Ruiz de Montoya de Lima, publicado en Diario 16 el 17-05-11. Destaca por su impecable raciocinio ético y político en aspectos esenciales que deberían alimentar la reflexión colectiva en esta hora crucial. MPT

NUESTRO PAÍS, NUESTRA DEMOCRACIA

Jorge Secada Koechlin
  
Los países son, en varios sentidos, como las familias. La familia forma personas y les confiere una identidad. Es ahí donde primero adquirimos nuestra lengua, nuestra peculiar manera de ver las cosas, nuestros sentidos y valores. Similarmente, nuestro país nos da una identidad. Y esa identidad es formativa; ser peruano es una manera de ser humano.

Ahora bien, hay actos que pervierten esencial y definitivamente  las relaciones entre las personas. Supongamos que un padre de familia viole a una de sus hijas. Esa familia habrá cambiado para siempre y para mal. Toda violación es criminal, pero en este caso tenemos que agregar la perversión de los deberes del padre y la traición inmunda de la inocencia de la hija. Excusar semejante acto como un exceso o un error no haría sino manifestar una falta de consciencia moral.

Lamentablemente algo análogo nos ha pasado a nosotros los peruanos. Porque abusar del poder que viene con la elección a la presidencia para corromper masivamente nuestras instituciones de gobierno, romper la ley sistemáticamente, asesinar y encubrir asesinatos, robar y prolongarse indefinidamente en el poder, es para un país lo que la violación de una hija por su padre es para una familia. Hay límites que determinan lo que se puede excusar como exceso o error y esos actos están mucho más allá de estos límites. Subrayemos que esas perversiones de la democracia y la vida nacional tuvieron móviles venales: aferrarse al poder, enriquecerse, satisfacer deseos bastos y alimentar sicologías enfermas; eso y no otra cosa es lo que explica la criminalidad fujimorista. Y debería indignar que encima los felones usen la lucha contra Sendero como coartada, que mancillen de esa manera tanto sufrimiento, tanta entrega generosa.

En política las responsabilidades no son solo individuales. Ningún miembro del partido nacionalsocialista alemán podría evadir la responsabilidad por el holocausto sosteniendo que fue un error, y aduciendo que no es Hitler. El nazismo, como entidad colectiva, es responsable por el holocausto. Igualmente en nuestro caso, el fujimorismo, como agente político, es responsable de la larga lista de vejámenes que sufrió nuestro país durante los años en que nos gobernaron. Y como si faltase más prueba, los fujimoristas reclaman continuidad con ese gobierno y apenas si conceden, tardíamente y con dificultad, excesos y errores. Votar por ellos es votar por la falta de respeto a nuestras instituciones, nuestras leyes, nuestros espacios públicos y políticos.

La pregunta es porqué, como peruanos, nos es tan difícil ver con claridad estos hechos y su significado moral y político. Algunos admiten que los fujimoristas pervirtieron la vida pública, pero luego dicen no tener opción, como si el candidato alternativo fuese comparable en su criminalidad antidemocrática. Otros hablan de programas y modelos económicos, como si el buen gobierno se redujese a atraer inversiones. Y hay quienes matizan las transgresiones con los éxitos y los logros.

Si recordamos la analogía con la que iniciamos este artículo, es como si muchos de nosotros fuésemos la aberración más que la norma, la esposa que prefiere ocultar la violación de la hija con tal de preservar su nivel de vida o, tal vez más apropiadamente, la persona tan incapaz de amarse a sí misma que termina tolerando la mayor monstruosidad. La respuesta a mi pregunta tiene que ver con nuestra cultura política, con nuestras relaciones públicas y anónimas, con nuestro amor propio en cuanto peruanos.

Circulan vaticinios de que si Humala gana la segunda vuelta se eternizará en el poder indefinidamente, que intentará hacer lo  que hizo Fujimori. También se predice que transformará al Perú en un infierno comunista; no solamente eliminará la libertad de prensa, cerrando diarios y canales, sino que incluso confiscará propiedades y les quitará a los padres la potestad sobre sus hijos. Con Humala, dicen, vamos directamente al desastre. Y para reforzar la idea se menciona el caso venezolano.
Pero la noción de que Humala es un Chávez no tiene fundamento. Para empezar, el Perú no es Venezuela ni Humala mago como para lograr semejante transformación. Las circunstancias políticas y económicas, y las historias de ambos países son muy distintas. Y es igualmente evidente que Humala no se parece a Chávez, ni en las virtudes del caribeño ni en sus muchas taras. Así que la pregunta interesante es por qué tantos se la creen. Que esto se esgrima como argumento serio en diarios y conversaciones supuestamente informadas debería causar algo de sorpresa y exigir al menos una explicación.

La respuesta a nuestra pregunta, nuevamente, tiene que ver con lo que lleva a pensar que el mero crecimiento económico nos hará ingresar en el primer mundo, como si con unas  décadas más de 7 u 8% de crecimiento anual del PBI ya no excusaremos a quienes compran congresistas y medios de comunicación, o esterilizan a la fuerza para reducir el crecimiento demográfico, o dan golpes de Estado aferrándose al poder. La respuesta a nuestra pregunta tiene que ver con lo que lleva a excusar como "excesos" lo que en cualquier país desarrollado serían actos que deslegitiman a perpetuidad de la actividad política.

Aquí se ponen de manifiesto las deformaciones de nuestros espacios públicos, la desigualdad que impregna nuestras  relaciones anónimas, la incapacidad de respetarnos como peruanos. Confiamos tan poco en nosotros mismos y creemos tan poco en nuestras instituciones, queremos tan poco a nuestro país, que imaginamos que alguien puede entrar a Palacio y hacer lo que le dé la gana. ¿Qué país habitamos, quiénes somos, cuando nos creemos estos cuentos y dejamos que alimenten nuestros miedos y deformen nuestras deliberaciones colectivas?

El primer paso camino al desarrollo, ahora que sabemos cómo acumular capital y hacer crecer el PBI es respetar nuestras instituciones y nuestra democracia. No contribuimos al desarrollo si por "realistas" terminamos pervirtiendo las instituciones mismas que definen nuestra civilidad. Y eso es lo que hacemos cuando, por un lado, consideramos que el próximo gobierno lo debe formar el mismo movimiento que nos maltrató tanto; y, por otro, suponemos que si Humala sale elegido, cambiará la Constitución y se quedará en Palacio eternamente.

Quien confunda desarrollo con acumulación de capital podrá pensar que no importa la historia negra del fujimorismo. Son nuestros miedos y nuestra falta de autoestima los que nos permiten creer que las instituciones y las leyes no cuentan para nada. No es que Humala sea un candidato ideal, ni mucho menos. Es razonable temer un gobierno suyo. Pero no es comparable a cualquier candidato fujimorista. Las acusaciones por violaciones de derechos humanos son solamente eso, acusaciones. También hay los pronunciamientos aberrantes de una persona que ha cambiado mucho en el curso de los últimos 10 años, y que ha ido cambiando fuera de las presiones y conveniencias electorales. Nada ni remotamente parecido al historial judicialmente comprobado del "fujimorismo" puede imputársele a Humala.

El temor razonable que genera es por su falta de preparación para el cargo. Pero la elección tiene un solo candidato política y democráticamente aceptable. Es, además, alentador que Humala esté buscando subsanar sus carencias con la colaboración de personas de capacidad reconocida. Vemos a la persona y lo que vemos es la indignación que naturalmente produce nuestra sociedad injusta y nuestra historia de corrupción en alguien que ha ido reconociendo las complejidades del buen ejercicio del poder.

Uno de los aspectos más reveladores de la campaña contra Humala es que cuente en su contra ser militar, cuando esto debería más bien ser un punto a su favor. Fueron soldados como él quienes salieron a dar la cara contra la subversión terrorista. Nuestro ejército y nuestra policía pagó con vidas la defensa de nuestros derechos. Indudablemente merecen nuestro agradecimiento. Sin embargo, escuchamos decir Fujimori derrotó a Sendero, mientras al mismo tiempo se ataca a quien cumplió con su deber en las primeras líneas de esa lucha, arriesgando su vida para que podamos todos pensar libremente. Nuevamente, ¿no somos capaces de querernos lo suficiente, como peruanos, como para reconocer con orgullo y sin matices ni siquiera lo inobjetablemente positivo de nuestras instituciones?

Hay una alternativa para quien no quiere votar por Humala. Votar en blanco o viciar el voto es una opción democrática. Así expresan su insatisfacción aquellos que consideran inaceptables ambos candidatos. Deslegitimar esta opción es ver las elecciones como un mero mecanismo para seleccionar un presidente y no percibir que para cada votante el acto electoral es la expresión de su opción política, algo así como su participación en un gran diálogo nacional. Democracia no es solamente elecciones y libertad. Es también la apertura universal y equitativa de la vida política.

Mucho del miedo que se expresa en el rechazo a Humala tiene su origen en la culpa que naturalmente produce vivir en un país donde hay más de diez millones de personas que apenas si pueden subsistir, mientras unos pocos pueden darse una vida plena. El nuestro es un país difícil. De Las Casas hablaba del oro de las Indias para referirse tanto a lo que alentaba la rapiña de los conquistadores como a la oportunidad que brindaba el nuevo mundo para quien buscaba desplegar el amor incondicional del verdadero cristiano. Nosotros somos nuestro oro, el oro del Perú. El reto que nos imponen nuestro pasado y nuestro presente es enorme. Pero ahí mismo, en nuestro capital humano, en la riqueza de nuestra identidad, y en la fortaleza que tendremos si logramos resolver nuestros problemas, está nuestro futuro. Es alentador que las nuevas generaciones busquen comprometerse políticamente. Ojalá no tengan que andar una vez más el tortuoso camino de nuestra historia.

Cuando amanezca el 6 de junio, ¿habremos avanzado en la construcción de un mejor país? Lo que el Perú necesita ahora es integración y amor propio, genuino, aquel que se muestra en el aprecio a nuestra identidad común, a la hermandad de todos los peruanos. Nuestra historia política reciente es un rosario de basura por un lado y de oportunidades perdidas por el otro. Los países no son empresas, y no los podemos dejar atrás como dejamos un empleo. Nos identifican; determinan lo que somos. Quienes olvidan estos aspectos de la vida política en nombre de la modernidad y el modelo económico, de una sociedad de autómatas productivos, expresan así las taras que desgraciadamente llevamos encima.

¿Podremos los peruanos, esta vez y cuando pareciera más difícil que nunca, sacarle ventaja a las circunstancias en aras de un Perú mejor? ¿O tendremos más bien que aceptar una vez más que estamos dispuestos a tolerar lo intolerable siempre y cuando podamos retirarnos a nuestros espacios privados, nos dejen trabajar, y sigamos creciendo económicamente?

OSWALDO DE RIVERO ADVIERTE SOBRE LA IMAGEN INTERNACIONAL SI RETORNA EL FUJIMORISMO

COMO NOS VEN EN EL MUNDO

Lo que sería el desastre de una victoria fujimorista visto por nuestro amigo el destacado diplomático e intelectual peruano Oswaldo de Rivero, quien en artículo publicado en LA PRIMERA, da cuenta de la absurda posición de la derecha peruana que prohija el retorno de uno de los regímenes históricamente más siniestros que hemos tenido en lugar de aceptar y negociar inteligentemente la promesa de un gobierno de izquierda liberal con Ollanta Humala como lo acaba de solicitar Alvaro Vargas Llosa. De indispensable lectura. MPT 

LA IMAGEN INTERNACIONAL: LA DEMOCRACIA PERUANA A PUNTO DE DISPARARSE EN EL PIE

Por Oswaldo de Rivero

Ginebra es la capital de los derechos humanos. Aquí están las sedes de la Cruz Roja Internacional, del Consejo de derechos humanos de las Naciones Unidas, y de la Comisión Internacional de Juristas y también las representaciones de Amnistía Internacional y Human Rigth Watch.

Para estas organizaciones la encarcelación de Fujimori constituye un hito sin precedentes, ya que es el primer caso en el mundo de la condena de un exjefe de Estado por violaciones de derechos humanos. Es así para ellas un valiosísimo precedente para no permitir la impunidad de sanguinarios jefes de Estado como Omar al Bashir de Sudán, Gadafi de Libia y Bashar al Assad de Siria.

Es por ello, que estas organizaciones observan con preocupación el proceso electoral peruano porque temen que si la hija de Fujimori es elegida reivindicará a su padre y lo liberará. Y con ello, este valioso precedente peruano contra la impunidad de los jefes de Estado, se convertirá en un grotesco fiasco que afectará el desarrollo de esta nueva doctrina y devastará la imagen de la democracia peruana.

Cuando uno habla con especialistas ginebrinos y diplomáticos que participan el Consejo de los derechos humanos percibe que simpatizan con la posición de Vargas Llosa, y por ello, muestran su sorpresa por la posición de la derecha peruana a favor del clan Fujimori. No entienden por qué esta usa sus grandes medios de opinión para demoler a Humala, cuyo programa no tiene nada de socialista. Además, les parece un suicidio democrático que la mayoría de la derecha apoye a la Sra. Fujimori, sabiendo que detrás de ella está su padre y un entorno autoritario y corrupto que practica la duplicidad frente a los derechos humanos, al narcotráfico y la democracia.

Al decir esto confiesan que creían que la derecha limeña era más sofisticada, semejante a la derecha brasilera o Chilena, que aceptaron que la izquierda gobernara y coordinaron y negociaron con ella una distribución de los ingresos que no afectó la marcha de la economía de mercado.

También, la comunidad de los derechos humanos en Ginebra muestra su estupefacción ante la facilidad con que una gran mayoría parece haber aceptado la promesa de Keiko Fujimori de que no reivindicará a su padre y lo dejará en la cárcel.

Para ella esto es imposible, inclusive en la hipótesis de que Keiko quisiera mantenerlo preso no podría, ya que con el tiempo sería duramente criticada porque ningún jefe de Estado en LatinoAmérica puede gobernar con su padre en la cárcel, ya que según estos expertos, los pueblos de esta región del mundo creen más en la solidaridad familiar que en los deberes cívicos.

Tampoco, comprenden por qué la derecha peruana prefiera el asistencialismo Fujimorista a la distribución de los ingresos a la brasilera o a la Chilena. Y frente a esta actitud consideran que si gana el asistencialismo y no se distribuye los frutos del crecimiento, debido al constante aumento de los precios internacionales del petróleo y los alimentos que el Perú importa cada vez más, surgirá una protesta social que tendrá consecuencias políticas insospechadas.

En conclusión, la imagen que tienen los defensores internacionales de los derechos humanos, debido al insólito apoyo que tiene el clan Fujimori, es que la democracia peruana estaría a punto de dispararse en el pie.

¿Lo haremos, seremos tan irresponsables?